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Columna
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El fútbol, realidad virtual

Sé del Campeonato Mundial de Fútbol que se desarrolla estos días en Japón y Corea casi por referencias. Los partidos se juegan a horas inverosímiles y, a pesar de los esfuerzos de Antena 3 por convertirnos a la causa, no siempre tenemos ganas de ver deporte en diferido.

Lo cierto es que España, al día de hoy, ha ganado sus tres partidos y parece probable que mañana, ante la Santa Irlanda (y si Dios no lo remedia) volverá a ganar. Pero la política mediática del Gobierno aznariano es insaciable, de modo que ya ni siquiera llegó a afectarme la última aberración leída esta semana. Tras la victoria sobre Sudáfrica, un periódico madrileño abría comentario editorial con el siguiente título: 'España va muy bien'. Al principio creí que se trataba de otra sentida y bien merecida loa a la impecable gestión de nuestro Gobierno. Pero no. Hablaban de la selección. Y de pronto saqué la conclusión subliminal de que también la genial serenidad de Raúl ante el marco contrario era un mérito atribuible al Partido Popular, como bien se sabe en círculos generalmente bien informados. O a lo mejor era una casualidad. Quién sabe. Un titular como 'España va muy bien' se le puede ocurrir a cualquiera, habida cuenta de la insistencia con que el presidente de Gobierno nos predica que España (acaso más modestamente) sólo va bien.

Pero lo más divertido de mi distraída reflexión sobre el Mundial surge de las gradas, de esas multitudes anónimas que siguen los partidos. Dice la prensa que más de 50.000 coreanos han sido organizados para animar a las distintas selecciones. Y por eso se ve a veces a una caterva de orientales que jalean en el estadio los goles de nuestra selección, o que se pintan la cara con los colores de la enseña nacional, cuya sola exposición consigue que tiemble mi barbilla de emoción y se empañen mis ojos de lágrimas difusas.

Se trata de una medida que ya se había apuntado en anteriores eventos deportivos. La globalización exige desplazar estos acontecimientos a lugares lejanísimos y las aficiones futboleras no están para financiarse alegremente un viaje de Almendralejo a Tokio. Como esto se ha transformado en un obstáculo para tantas y tan nutridas aficiones, la mafia federativa ha optado por una política más realista: ya que no se pueden desplazar las aficiones, basta con comprarlas en las sedes de los campeonatos.

Se trata de una nueva demostración de que el fútbol necesita resortes mediáticos. Por mucho que los derechos de retransmisión televisiva alcancen cifras astronómicas, un partido sin muchachada que anime en el estadio es un fraude escenográfico. A partir de ahora, las selecciones de Suecia o de los Emiratos Árabes Unidos contarán con una incondicional afición en el estadio, ya jueguen en Groenlandia o en la República Oriental del Uruguay. Así también España cuenta en tan lejanas tierras con su peña correspondiente de orientales, que jalean sin descanso cada uno de sus triunfos.

Fútbol virtual y nueva materialización de la mentira. Los clubes de fútbol europeos disponen de aficiones nativas, pero ni un solo paisano entre los que surcan el césped en calzón corto. Paralelamente, las selecciones nacionales, auténtica muestra de nervio y sangre patrios, corren por exóticos estadios ante el aplauso de aficiones mercenarias.

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Es como si algo profundo y necesario fallara en todo este montaje: clubes de fútbol repletos de jugadores foráneos pero sustentados por aficiones de fanático sabor local, y al tiempo selecciones nacionales (tan locales ellas) jaleadas en países extranjeros por aficiones de pega. Uno siente la tentación de firmar al fin su primer artículo irreductiblemente vecinal (acaso ya iba siendo hora) y recordar la profunda originalidad del Athletic de Bilbao, el cual representa, a pesar de sus defectos, todo un lujo en medio de ese espectáculo tan multitudinario, tan mediático y mediatizado, tan profundamente falso.

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