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La alianza vasco-catalana

Tras los primeros comicios, PNV y Convergència formaron temporalmente un solo grupo parlamentario

Francesc Valls

El 12 de julio de 1977, el día antes de constituirse el Congreso, Jordi Pujol y Macià Alavedra salían en avión desde Barcelona con destino a Bilbao. Los dos flamantes diputados del Pacte Democràtic -no existía todavía la longeva Convergència i Unió- debían compartir ese día mantel con dos dirigentes peneuvistas: Juan Ajuriaguerra y Xabier Arzalluz. A última hora, el diputado Arzalluz llamó a sus homólogos catalanes: '¿Os importa que nos acompañe un joven navarro?', preguntó. Y la mesa se amplió. Carlos Garaikoetxea, futuro lehendakari, se sumó al grupo.

Alrededor de la mesa, los nacionalistas sellaron su acuerdo para constituir un solo grupo parlamentario puramente instrumental, ya que se precisaban 15 diputados. A los 11 catalanes se sumaron los ocho vascos. La alianza circunstancial se llamaría Minoría Vasco-Catalana y duraría hasta octubre de 1977, recuerda 25 años después Alavedra, ex diputado y ahora apartado de la política de primera línea. Así el nacionalismo vasco, forjado a golpe de guerra carlista y derechos históricos, comenzó su andadura democrática en el Parlamento español de la mano de su -más laico- homólogo catalán. Como los jacobinos franceses, peneuvistas y convergentes se sentaron en los bancos más altos de la Cámara baja.

Cuerda: 'Desde el PNV no se pedía la independencia, sino el encaje en España'

'Todo era nuevo, en un ambiente de emoción, satisfacción, pero también preocupación por el peso de intentar solucionar la situación vasca', recuerda Marcos Vizcaya, entonces diputado peneuvista. Paralelamente, de la mano de la legitimidad histórica, la Euskadi de Jesús María de Leizaola y la Cataluña de Josep Tarradellas iniciaban su tímida andadura.

El nacionalismo catalán era una sopa de letras y ni mucho menos hegemómico. El 15-J les dejó como la tercera fuerza política, tras socialistas y comunistas. La formación liderada por Pujol concurrió a las elecciones en un frente que integraba a tres partidos, el más importante de los cuales era la Convergència Democràtica (CDC). El espacio del nacionalismo vasco se dividía entre Euskadiko Ezkerra y un PNV que se estrenó en las urnas como el partido más votado (29,3%), casi tres puntos por encima del PSE-PSOE.

Todo estaba por escribir. Partidos y diputados buscaban su encaje en ese incierto y emocionante nuevo mundo, que a veces sabía a rancio. 'En el Congreso nos dieron unos tickets de vuelo todavía con el escudo del antiguo régimen', afirma Josep Verde Aldea, socialista ahora en el PSC y entonces alineado con Pujol. 'Al llegar al aeropuerto, un empleado, cogiendo los tickets, dijo: 'Mira, igual que los procuradores franquistas'; y mi compañero Macià Alavedra le replicó con rapidez: 'Sí, igual, pero usted no se hubiera atrevido a decirle esto a un procurador franquista'.

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'Era evidente que la reforma había acabado en ruptura, pero respetando el pasado', subraya Macià Alavedra. Con todo, nacionalistas vascos y catalanes se pusieron manos a la obra con un objetivo común: conseguir la recuperación de los derechos históricos o estatutarios. 'Nosotros teníamos que ver cómo articular al País Vasco en el Estado español', afirma José Ángel Cuerda, entonces diputado peneuvista, alcalde de Vitoria durante 20 años y ahora militante de base nacionalista. 'Desde un PNV que iba de la mano de Garaikoetxea y Arzalluz no se propiciaba la independencia; se planteaba la integración del País Vasco en España', recalca Cuerda. De hecho, cuando la enmienda a la Constitución que introducía el derecho a la autodeterminación llegó al pleno del Congreso, los nacionalistas vascos votaron en contra, mientras que los catalanes se abstuvieron. La propuesta realizada por Patxi Letamendia, entonces diputado de Euskadiko Ezkerra, recibió cinco votos a favor, uno de ellos de Heribert Barrera, único representante en la Cámara de Esquerra Republicana, formación política que fue legalizada posteriormente. Barrera, quizá por contagio de sus aliados maoístas del Partido del Trabajo de España -con quienes formó la coalición electoral Esquerra Catalana-, sostuvo que la República y la autodeterminación debían respaldarse. 'Yo no temía a los poderes fácticos; para mí no eran más que tigres de papel', explica el viejo nacionalista republicano. '¿El 23-F? De haber triunfado apenas hubiera durado', sugiere el optimista Barrera.

Pero algunos de los nacionalistas entonces presentes en la Cámara no pensaban y no piensan así. 'Para mí votar el Estatuto de Gernika fue un ejercicio de autodeterminación', opina José Ángel Cuerda. 'Como discípulo de Juan Ajuriaguerra estoy muy satisfecho del resultado de estos 25 años: mis hijos han estudiado en euskera y tenemos un estatuto de autonomía', añade Vizcaya.

La insatisfacción, con todo, aflora entre peneuvistas y convergentes porque tanto PSOE y PP no han querido crear una España plurinacional. Pero, para los nacionalistas vascos consultados, el principal problema es el terrorismo. 'Resulta exasperante que ETA no haya desaparecido. Tengo el convencimiento de que quienes les apoyan sólo quieren el poder y no veo por qué tras un referéndum sobre autodeterminación van a dejar de asesinar', explica Vizcaya. Y agrega Cuerda: 'Sin ETA se podrían conseguir más cosas: la independecia o lo que sea, pero ahora mismo no se puede pedir generosidad los compañeros de quienes los terroristas asesinan. ETA lo contamina todo'.

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