Vaciado de estilo
Está claro que la democracia tiene que ver con la proporción. Pero no siempre la simple suma mayoritaria consigue representarla en lo fundamental. Los porcentajes obtenidos por Le Pen, por el propio talante de este político, desafían más que confirman lo democrático. Las razones de la abrumadora mayoría de Chirac en la segunda vuelta de las presidenciales francesas están, en esencia, más cerca de la lógica del partido único que del juego de una democracia plural. Y la adjetivación arrasadora y triunfalista que está acompañando la aprobación en el Congreso de la Ley de Partidos queda en entredicho cuando se piensa en la composición de ese mínimo porcentaje disidente. Esos adjetivos deberían estar teñidos de más dudas, de más preocupación o de más tristeza, todas democráticas, por el hecho de que una norma de ese calado se haya adoptado sin otro debate y otro consenso en el lugar donde está destinada a aplicarse.
Yo entiendo que las sociedades más democráticas son aquellas en que la mayoría defiende principios -los de la propia democracia- y no intereses. No abundan los ejemplos de cercanías. Estamos mucho más acostumbrados a lo contrario, a que cada cual valore la feria institucional según le ha ido. Que las decisiones judiciales, por ejemplo, sean intocables o despreciables según el contenido del fallo.
Vivimos en un Estado no confesional y sin embargo la Iglesia católica anda por lo político como Pedro por su casa, como si este Pedro fuera aquél. Ejemplo último es la pastoral de los obispos vascos, de carácter altamente político, y cito sin más: 'Algunas decisiones de gobierno, determinadas declaraciones de políticos, ciertas intervenciones en medios de comunicación social favorecen más la radicalización que la concertación'.
Si aquí se defendieran principios -el de la rigurosa separación Iglesia-Estado en este caso-, la intromisión del clero hubiera suscitado reacciones críticas de todos los partidos, especialmente de los de izquierda, que presumo no confesionales e incluso ateos. Pero sólo se defienden intereses. Y por eso, hasta la izquierda abertzale ha aplaudido la pastoral. Y la habrían criticado también por razones de interés si la carta hubiera tenido un tenor más ajustado a la línea doctrinal clásica, al 'no matarás', o 'amarás al prójimo', etcétera.
Mi primera objeción a la pastoral es la apuntada. La segunda tiene que ver con el estilo. Las críticas contra el texto se están centrando en la frase que augura 'consecuencias sombrías' a la Ley de Partidos y vincula en subjuntivo -que es un modo hipotético- a Batasuna con ETA. No hace falta ser obispo para imaginar la recepción sombría en Euskadi de esa ley; y es que es más fácil ilegalizar que reconducir mentalidades, excluir que mestizar. Y en cuanto a lo segundo, los tribunales de justicia traducen ya, cuando corresponde, al indicativo -que es un modo real- esa vinculación y toman las medidas pertinentes.
En mi opinión, es el estilo para no decir lo más cuestionable de la carta. Incluye frases de sintaxis tan tortuosa como ésta: 'Dentro del variado espectro de las víctimas potenciales de ETA, son últimamente los concejales del PP y del PSOE quienes se encuentran en el punto de mira de sus atentados'. O titulares tan enrevesados como el que afirma que 'la paz es incompatible con el terrorismo', y que hay que leer al revés para que no parezca apología. O blandenguerías como la calificar al terrorismo de 'gravemente negativo' desde el punto de vista moral. En fin, que el texto expresa con total nitidez la postura de la Iglesia acerca de la Ley de Partidos, los presos y la moral del nacionalismo. Mientras que el otro lado -apoyo al no nacionalismo y a sus víctimas, repudio de la violencia- es objeto de las ambigüedades, blanduras y recovecos lingüísticos señalados. Como para convencerse de que la Iglesia vasca sigue fija en aquella foto de Setién, pasando de largo, sin mirar, ante los hijos de Aldaya secuestrado.
Ahora que la Iglesia consulta tanto en materia financiera, debería buscarse también asesores de estilo moral y/o de valentía doctrinal. Si quiere, digo, frenar el incesante vaciado de su prestigio y de sus templos.
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