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Tribuna:DEBATE
Tribuna
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Razones para un sí

Debe dimitir un Papa? Ésta es la pregunta que los católicos se hacen, y otras muchas personas creyentes o increyentes se plantean también a la vista del decaimiento físico del Papa Wojtyla, que da una pobre y penosa imagen cuando se le ve en uno de sus viajes a través de la televisión: su Parkinson creciente, su encorvada imagen que apenas puede tenerse en pie, su dificultad -y casi imposibilidad- al intentar hablar o leer un discurso, todo ello produce la sensación extraña de alguien que intenta seguir su misión y no puede apenas cumplirla.

Contemplamos la barca vacilante de la nave de Roma, que en realidad ahora es dirigida por la Curia vaticana, porque al Papa lo manejan a su aire, dándole el gusto teatral que tiene de viajar y presentarse ante masas ficticiamente enfervorizadas ante el dramático espectáculo de un anciano que quiere hacer un imposible, movido por los que le rodean, pero que apenas puede cumplir su cometido. Todo ello tiene un tinte trágico e inhumano que lleva a preguntarse: ¿por qué no dimite este Papa y vive tranquilo los pocos años que le queden de vida?

Son varias las razones que inclinan a dar una contestación positiva a esta cuestión. Y la primera que debe hacerse un católico es la dificultad de dirigir en esas condiciones la nave de la Iglesia, en un momento tan difícil y lleno de problemas por el que está pasando tanto la Iglesia como el mundo. Es la crisis religiosa cristiana, son las graves cuestiones que está experimentando el clero, son los nuevos planteamientos que en moral han surgido con la revolución genética, es el clamor creciente de los que querrían el cumplimiento de los avances previstos en el Concilio Vaticano II, y que están paralizados o se ha dado marcha atrás. Y todo ello está ocurriendo en una sociedad mundial donde se incrementan los problemas de la pobreza, la enfermedad, la injusticia, la violencia o la insolidaridad.

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Si se decidió en la Iglesia que todo obispo tenía que presentar la dimisión a los 75 años, y el Papa es el obispo de Roma y tiene además bajo su responsabilidad todo el orbe, con mayor razón tendría que dimitir a los años marcados para todo obispo, porque esa responsabilidad es mucho mayor. Y si a esto se une el estado físico de Juan Pablo II, con mayor motivo se impone que dimita, y dé paso a una persona que lleve las riendas de la Iglesia en condiciones normales.

Y no es tan imposible que esto ocurra porque ya ha habido al menos un precedente en el siglo XIII, justamente quien gobernó espiritualmente al catolicismo el año 1294. Fue Celestino V: un ermitaño que resultó elegido como solución de compromiso entre las facciones de cardenales encontradas. Sin embargo, este piadoso personaje, al que creyeron poder gobernar a su aire los cardenales, les salió respondón y cuando vio la imposibilidad de poder dirigir adecuadamente a la Iglesia dimitió, cosa que molestó y por eso lo encerraron entre rejas hasta la muerte; pero, como es frecuente en el catolicismo, cuando ya no existía le hicieron santo.

Además ahora está previsto este caso en la ley de la Iglesia porque en la última edición del Derecho Canónico hay un artículo, el 332, número 2, que prevé la renuncia del Romano Pontífice por decisión libre y formalmente manifiesta, que no requiere la aceptación de nadie, sino sólo su libre voluntad. Aunque actualmente surge un grave problema por su Parkinson: que a este tipo de enfermos se les termina por 'nublar las facultades de crítica y juicio', agravadas por la medicación que se le da, según la opinión médica sacada a relucir por le escritor católico conservador Vittorio Messori en estos días.

Nuevo y gravísimo problema para los católicos, producido por la situación físico-mental de un Papa enfermo que tiene dificultad para decidir algo necesario para la adecuada marcha de la Iglesia.

En la teología tradicional se estudiaron los casos en que un Papa dejaba de ser Papa. Los canonistas contemporáneos F. X. Wernz y P. Vidal, y otros muchos teólogos e historiadores católicos plantearon este problema, y dijeron de tres en que el Papa dejaba de ser Papa: que cayese en herejía, que fuese cismático, o con debilidad mental por enfermedad. La cuestión es el modus operandi. Ahí existen diversas opiniones; pero no cabe duda de que una buena solución sería si, como se dice, el Papa hubiera escrito una carta de dimisión puesta en manos de los cardenales para que la utilizasen en el momento oportuno.

Enrique Miret Magdalena es teólogo seglar.

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