Los infortunios de la virtud
Cuatro libros de ficción (y un quinto, podría serlo) lleva publicados Luis G. Martín (Madrid, 1962). Comenzó en 1990 con un libro de cuentos, Los oscuros, 13 historias que tenían que ver con los trastornos y desvaríos del amor; con la obsesión por la belleza y los inconvenientes que ésta acarrea en los que la poseen o la anhelan; con la fragmentación del amor, cómo éste se hace añicos como un espejo arrojado al suelo con ira. La mayoría de aquellas historias, fechadas todas ellas como si fuesen ventanas de un calendario alemán y navideño, eran como 'vidas minúsculas', por utilizar el título del libro que acaba de editar Anagrama del francés Pierre Michon. Luego, Luis G. Martín (la inicial disimula ese lado oscuro del alma humana, que a él tanto le interesa como escritor) publicó en 1995 su primera novela, La dulce ira, un relato con sabor histórico que buscaba -fueron sus palabras- 'la dignificación de los tan nobles como vilipendiados sentimientos del rencor y la venganza'. Cinco años después sale su segunda novela, La muerte de Tadzio (Premio Ramón Gómez de la Serna), una espléndida novela crepuscular, el regreso a una Venecia que está permanentemente hundiéndose en las aguas de Tadzio, aquel joven hermoso con el que soñaron, con la pluma, Thomas Mann y, con la lente -ese ojo de voyeur moderno-, Visconti. Regresa Tadzio a morir, y a hacer balance vital. Luis G. Martín nos hablaba allí de la turbieza del placer, de la dulzura (sucia) de la promiscuidad, de la devastación del tiempo, de un hombre extraviado en los laberintos -esa metáfora constante en su narrativa- del alma y que tan sólo mira, y mirando siente el zarpazo de la hermosura.
EL ALMA DEL ERIZO
Luis G. Martín Alfaguara. Madrid, 2002 241 páginas. 14,25 euros
Por último, hace unos meses, publicó en Temas de Hoy (el resto de sus libros, en Alfaguara), Amante del sexo busca pareja morbosa, un experimento no muy alejado de su narrativa, de esa búsqueda del lado oscuro del ser humano, esa otra cara de la luna. En apariencia era un experimento periodístico o sociológico: puso anuncios en las secciones de contactos de los diarios y reunió las respuestas, trazando así una radiografía sexual del país y, a la vez, esbozó, con ese pie en la realidad, un horizonte borroso en el que colocar, delante, los lados oscuros de sus personajes.
Los que pueblan estas nueve historias de El alma del erizo, su nueva entrega. En realidad son ocho relatos y una novela corta, Toda una vida, que es más que un descenso a los infiernos -cómo el odio puede pudrir una vida, a dónde conducen los desvaríos del amor-, un delirante extravío por el laberinto de los amores. En los relatos de este libro -una muestra de sus obsesiones literarias, con una prosa muy cuidada, efectista pero no amanerada ni enfática- hay de nuevo búsquedas de la belleza y comprobaciones, una vez más, de que la belleza y horror son caras del mismo euro. Hay, algunas, historias atroces, de cómo se puede resistir todo el dolor del mundo en busca de una venganza que, a lo mejor, no está a la vuelta de la esquina. En todos los cuentos los personajes se ven obligados a cruzar la línea del horror y eso les transforma. Y no basta, con tranquilidad de alma pusilánime, con quedarse del lado de la luz, pues escribe Luis G. Martín que 'son los hombres virtuosos quienes tienen siempre los deseos más oscuros' y lo hace en uno de los relatos más terribles y tiernos de la colección, Los amores del rey Baltasar (en este 'pederasta modesto', por cierto, debía pensar Josep Pla cuando en sus dietarios, en la enumeración de las cosas que le horrorizaban, señala a los 'pederastas artísticos' y, sin embargo, salva a los 'modestos'...).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.