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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El placer de leer a Julio Caro Baroja

Leer a don Julio Caro es, siempre, descubrir otra vez su erudición, su ingenio, su gracia al escribir, su libertad, su capacidad para pasar del ayer al hoy, y del hoy al ayer: su sabiduría. Por eso hay que felicitar a la editorial Caro Raggio esta edición, treinta años después, del libro que dedicó Caro Baroja a Esteban de Garibay y Zamalloa y a su época. Garibay, mondragonés que fallece en Madrid en 1599, a los 66 años, había sido alcalde de su pueblo, fue autor, entre otras obras, de Los XL Libros del Compendio historial de las chronicas y universal Historia de todos los reynos de España (impreso en Amberes en 1571), familiar de la Inquisición, genealogista, cronista real..., y tantas de las cosas que hacen imposible definir la vida de nadie en dos líneas.

LOS VASCOS Y LA HISTO- RIA A TRAVÉS DE GARIBAY

Julio Caro Baroja. Caro Raggio. Madrid, 2002 412 páginas. 23,74 euros

El subtítulo del libro, 'ensayo de biografía antropológica', expresa la metodología y el contenido del trabajo: Caro nos habla de los avatares personales de Garibay y valora las opiniones que su persona y trabajos merecieron en su época y después. Pero le importa menos la psicología del individuo que las circunstancias e ideas de la España en que vivió, la de Felipe II.

En la época de Garibay está, todavía, presente el recuerdo de los conflictos que en tierras de Castilla, y particularmente del Ebro al mar, caracterizaron el final del Medievo. Los enfrentamientos banderizos habían terminado con los Reyes Católicos, pero seguía viva la conciencia de los males que de ellos habían derivado, y no se habían disipado por completo las lealtades gentilicias, cuya importancia Caro estudia aquí. Persiste el recuerdo de los tiempos pasados, pero los nuevos tiempos son los de la paz conseguida gracias a la consolidación de la Monarquía.

En los territorios vascongados es cuando se perfilan los derechos e instituciones forales y, paralelamente, se formulan y consolidan los mitos básicos que servirán para justificar y defender la foralidad hasta, por lo menos, el siglo XIX. Entonces consiguen sus naturales, gracias al reconocimiento de la hidalguía general, y a la pureza de sangre, ocupar, como hombres de la pluma, plazas en la naciente administración del Reino en Castilla y en Indias, de la que desplazan a judíos y conversos. En ellos y en toda España lo viejo muere, pero se perpetúa en un orden nuevo nacido de las fuerzas del pasado: se mantienen los distintos tipos de nobleza, y la influencia de sus valores se expresa en la importancia que adquieren genealogías y blasones. Nace un mundo en que la división por linajes ha quedado marginada y sustituida por otra división basada en la limpieza de sangre, que atribuye importancia esencial a la diferencia entre cristianos viejos y nuevos.

Ése es el mundo de Esteban

de Garibay. Hijo de soldado que combatió en Italia y había sido amigo de Íñigo de Loyola y de Francisco Borja, Garibay es otro más de los 'vizcaínos' que acude de niño a escuelas de escribanos. Ordenado de prima a los 11 años, va a Oñate a estudiar Derecho Civil y Canónico, pero abandona los estudios de leyes 'por ser esta facultad muy peligrosa para el alma', al decir de su pariente Jorge Martínez de Urrupayn, y marcha a Castilla donde se entrega 'mucho a leción de las historias de España y de fuera de ella'. Nombrado en 1559 familiar del Santo Oficio, la historia será su principal afición y trabajo. Sirve a su provincia, para probar el carácter pactado de su incorporación a Castilla y para otros menesteres, entre ellos las gestiones en que participa, cuando ya era cronista real, para que Guipúzcoa recibiera el título de Reino, que había sido usado en tiempos de Enrique IV. La relación de Garibay con su provincia, y la descripción de la posición de ésta y de la situación de los muchos vascongados dedicados a las 'cosas de la pluma' en diversos negocios son objeto de atención de Caro, que pone de manifiesto las relaciones de su biografiado con los coterráneos que halla a lo largo de sus viajes.

La labor de los historiadores obliga, entonces y ahora, a buscar en los archivos información sobre el pasado, y en tal tarea, al decir de Caro, realizó Garibay un trabajo muy notable. Pero en su época, y quizá también en ésta, el historiador debía también servir a quienes buscan en la historia justificar prebendas, y sus ingresos provienen de su capacidad para conseguirlo. Eso explica los muchos árboles genealógicos que hubo de hacer para muy variadas gentes, entre las que ha de citarse al propio Felipe II, quien le encarga argumentar los derechos de su hija Isabel Clara Eugenia a la Corona de Francia, disputada tras el asesinato de Enrique III. Las genealogías son trabajos hechos de encargo y ad probandum, lo que explica que tengan un carácter tanto más disparatado cuanto más remoto quiera ser su origen. Además, no pocos de sus errores proceden del hecho de que las tenidas como autoridades en materia histórica aceptan algunas de las falsificaciones inventadas para conseguir ventajas.

Una concepción genealógica de la historia, basada en las Sagradas Escrituras, le permite definir a Túbal, nieto de Noé, como primer poblador de la Península, y primero de los reyes de la España antigua. La tesis tubalista tiene nobles antecesores, pues arranca de san Jerónimo y san Isidoro, y se transformará en tiempo de Garibay en el vasco-iberismo: los vascos serían los herederos de los primeros pobladores de España, los iberos, cuya lengua conservan. En un mundo en que la nobleza es mayor cuanto mayor es la antigüedad del linaje, ello permitirá a los territorios vascos reclamar una nobleza que deja chiquita a la más antigua, que dice descender de los godos. Por otra parte, la identificación de aquellos territorios con la Cantabria invicta frente a Augusto demuestra que mantienen desde los tiempos primitivos la originaria independencia.

El libro no es una historia de vascos, sino de la España de Felipe II. En ella existe el poder indiscutible de un rey por la gracia de Dios, lo que es compatible con la existencia de una pluralidad institucional, jurídica y étnica, pluralidad que no llega al terreno de las creencias religiosas, como demuestran muchos de los juicios de Garibay. Se ha escrito sobre este tema después de 1971, y es imposible no citar el libro de Jon Juaristi Vestigios de Babel: para una arqueología nacionalismos españoles. Pero ello no quita nada a la actualidad y valor de esta 'biografía antropológica' cuyo contenido sólo limitadamente puede aquí resumirse y cuyo valor aumenta por la inteligencia de los comentarios que sobre la España anterior y posterior a Garibay y sus fantasmas hace ese hombre lúcido y sabio que fue Julio Caro Baroja.

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