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Columna
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Bodas con interés

Cada vez las parejas se casan más tarde o no piensan casarse por ahora. Esta constatación, sin embargo, no es nueva. Afecta a toda Europa y a Estados Unidos, por lo menos. Lo nuevo, en este último país patrón, es que, según un estudio de dos profesores judíos del Departamento de Económicas de la Hebrew University, los retrasos en las bodas se deben, por lo general, al nuevo deseo de las mujeres. Las mujeres son hoy más libres, más independientes, menos propensas a tener hijos, pero, además de todo ello, según el estudio, ponen cada vez más atención en cazar ricos.

El estado de la cuestión desde 1980 se define por dos variables hasta ahora no relacionadas científicamente. La primera variable consiste en la disminución de la edad femenina del matrimonio, que ha bajado en un 30% para las comprendidas entre los 21 y 30 años. El segundo factor es la creciente desigualdad, en favor masculino, de los ingresos. ¿Consecuencia? Las mujeres se demoran más en elegir un buen partido.

Solamente cinco investigadores habían esbozado algo por el estilo años atrás. En 1996, Bergstrom y Shoeni argumentaron que mientras los hombres se inclinaban por la boda en proporción directa al aumento de sus ingresos, las mujeres (según Blau, Kahn y Waldfogel en 2000), cuando notaban un progreso en sus haberes -o veían que se deterioraban los de los hombres-, se hacían más remisas a la decisión nupcial. Aguardaban, según esta interpretación, a encontrar un marido que se conjugara mejor con sus ambiciones y sus rentas.

¿Los ricos, pues, se casan antes y las ricas se retrasan? Todo depende, naturalmente, de los círculos en que se desenvuelvan, pero suponiendo que los círculos son desiguales en lo económico, lo probable será lo siguiente: si los hombres de tal medio son más ricos que las mujeres tenderán a casarse relativamente jóvenes. Por dos razones: la una, porque podrán escoger con mayores facilidads. La segunda, porque se supone que disponen de menos tiempo para perderse en los cortejos. ¿Y las mujeres? Las mujeres adineradas, en medios donde no haya varón de su nivel, preferirán esperar. Cierto que la soltería comporta ciertos inconvenientes, pero son, por lo general, mejor conllevados por las chicas y ser rica favorece al fin, mediante alguna paciencia, la oportunidad de hallar a alguien financieramente mejor dotado.

Por supuesto, señalan los autores, que todo ello no significa negar el amor y las pasiones, las fuertes atracciones por el sentido del humor del otro o la bondad. Pero nunca se había tenido tan claro -ellos, los primeros- la importancia que ha recobrado el dinero desde que había llegado a nuestra historia el romanticismo amoroso.

En el añó 1976, Alianza Editorial publicó un libro de Kenneth E. Bouilding llamado La economía del amor y del temor y que alertó a los recién licenciados en Ciencias Económicas sobre el enorme poder del dinero en algunas sociedades avanzadas. A la ponderación de él 'vale' más o menos que ella se sumaba el cálculo directo de las haciendas y su importancia en el establecimiento de la felicidad, la subordinación y el poder. La mujer siempre ha buscado un macho protector, un semental fecundo, un caballero galante y un escudo para la defensa de la prole. En tiempos, no obstante, de la igualdad sexual estas consideraciones parecían desdibujadas, y las jerarquías, un vestigio del pasado. Pero la diferencia de remuneraciones ha sostenido, a lo que se ve, la lógica de los comportamientos en las decisiones sociales del amor.

Estos dos autores judíos han pretendido demostrar, además, que la mayor renta de los hombres es un parámetro que no atrasará nunca las bodas por sí mismo. Y, también, que los novios no cambian las fechas de la boda porque hayan experimentado movimientos imprevistos en las cotizaciones bursátiles. ¿Poseen ahora los varones deseos más firmes de matrimonio que las mujeres? No es seguro, pero la clave fundamental, al cabo, radica en que quienes más cavilan el rédito de la unión son las mujeres.

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