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LA CRÓNICA
Columna
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Extrañeza en la tierra firme

Ahora comprendo la exactitud de un aforismo que cita Vázquez Montalbán en Erec y Enide y que leí en el tren, yendo desde Girona hacia Lleida para participar en el cuarto Encuentro de Creadores que organiza el área de Cultura del Ayuntamiento de Lleida y que coordinan Manel Guerrero y Jaume Pont. Pero mientras leía la última novela de Vázquez Montalbán, ambientada en un congreso de medievalistas, no atiné a valorar en su justa medida la verdad que esconde la máxima que glosa el protagonista. No ha sido hasta ahora, abatido y muy cansado y sin fuerzas para leer, cuando he glosado en mi propia piel las consecuencias de lo que afirmaba el escritor medieval que se cita en Erec y Enide: 'Destruyes todas las cosas alegres, edad malvada; quitas el ingenio, privas de vigor al cuerpo'.

Las literaturas ibéricas tienen un catálogo de problemas que deben comprender y superar, como la relación entre localismo y universalismo

Nada de eso era capaz de sospechar cuando pisé Lleida; y, al acercarme al Teatre Municipal de l'Escorxador, un bello y tranquilo escenario donde se intentaba discernir cuál era 'el estado de las literaturas ibéricas', de repente me descubrí inmerso en la conjura general que se respiraba en la ciudad a favor de la literatura y la vida, a favor del ingenio, del vigor y de las cosas alegres, como si la edad malvada no pudiera existir jamás o fuera tan sólo una ficción. Y algo había de suspensión del tiempo en la pasadas jornadas porque, sin dificultad, se cumplió el objetivo de hacer patente el diálogo entre el amplio abanico de culturas que conviven en la península ibérica. Lo explicó Pere Gimferrer en uno de los actos inaugurales, exhibiendo con precisión la maestría de su arte digresivo y erudito para contar los retos a los que se enfrenta la literatura catalana dentro del marco de las culturas ibéricas y estableciendo el catálogo de problemas que se deben comprender y superar, desde las cuestiones demográficas hasta la relación entre el localismo y el universalismo en la época de la globalización y las nuevas tecnologías. El auditorio entero volvió a descubrir que Gimferrer siempre tiene razón y, a la noche siguiente, el recital poético a cargo de Álvarez-Cáccamo, Rosa Alice Branco, Jon Kortazar, Enric Sòria, Antoni Marí y Anna Aguilar-Amat, entre otros, vino a demostrar en la práctica de la voz la extrañeza y la naturalidad de la tierra firme de una literatura iberoamericana condenada agradablemente a entenderse.

Acuciado quizá porque otra de las líneas de debate de El estado de las literaturas ibéricas eran los vínculos entre la realidad y la ficción, hubo quien sostuvo que si leía y escribía era porque durante el tiempo de la lectura y la escritura no le sucedía nada, como si las cosas extrañas de la realidad externa hubiesen declarado una tregua. Pronto recordé, sin embargo, que en los lugares donde abundan los escritores de paso son pocos los que se retiran a leer, que lo habitual es hablar y reír y, en compañía, elogiar la soledad y el silencio necesarios para llevar a cabo cualquier tarea del espíritu, tal como lo proclamó ejemplarmente Antoni Marí en su ponencia sobre la poesía en la era de la información. Y cuando se ríe y se habla de la soledad y el silencio y no se lee, y resulta que cerca están Màrius Serra y Enric Sòria, se convierte en inevitable que se anden muchos kilómetros a la búsqueda de algo que nadie sabe lo que es, que se celebre una enigmática fiesta del caracol, que no se encuentren el río Segre ni ningún taxi, que en una cafetería haya un camarero que circula sin parar y con la bandeja siempre vacía, que te confundan con Gustavo Martín Garzo y no lo niegues, y que se descubra que delante de la mejor librería de viejo, El Genet Blau, se halla el mejor bar, el Next. Dos perfectos anfitriones sustituían espontáneamente a los responsables del encuentro una vez empezaban las copas de después de la cena: Xavier Macià, especialista en Vinyoli y Ferrater, y conductor experimentado a pesar de los errores del copiloto, y el poeta Txema Martínez Inglés, que aprovecha las noches sin alba de Lleida para explicar cuestiones tan raras como lo que sucede cuando se comparte asiento de automóvil con un enanito, o para hablar de libros y escritores aún más extraños, como de Celestino Barallat y su Botánica funeraria, o de Sinibald de Mas, el primer embajador español en China.

El alba pasa fugazmente cuando no se lee y todo parece extraño, y entonces es cuando la realidad desmiente el título de otro libro de Martínez Inglés, y la sombra de los ojos que ofrece el espejo de la habitación da miedo o lástima, no se sabe muy bien, a las recepcionistas del hotel, a los transeúntes que indican amablemente a uno dónde se halla la estación, a los viajeros que observan la cara de tristeza con que se reflexiona sobre el cuerpo privado de vigor y sin ningún ingenio de la mente, sobre la edad malvada que destruye todas las cosas alegres. Queda, por suerte, la satisfacción de la memoria, la novela de Vázquez Montalbán, las conversaciones con los amigos y maestros, la alegría de una estudiante de filología nacida en Fraga, la paciencia de Maica Artero y Manel Guerrero, la sabiduría patriarcal de Antoni Llevot, el concejal de Cultura; los ojos azules de una librera, y unos versos de Jaume Pont: 'Quan ara veig les teves fosques despulles, / poruc i abismat me n'adono / de tot el fat que trist aixopluga / aquella ganyota de l'ànima / que els savis diuen record'.

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