El juicio de Guinea revela la feroz persecución de la disidencia política
En tres días, 70 declarantes. El ritual es simple: un fiscal pronuncia el nombre del acusado, éste asciende hasta la tarima del cine Marfil, de Malabo, y en pocos minutos se asiste, en el mejor de los casos, a un interrogatorio valleinclanesco que nada tiene que ver con la cosa juzgada, un supuesto golpe de Estado. A uno, que si sus dos patos le pusieron en contacto con Felipe Ondó, ex jefe del Parlamento y líder de esa asonada; a otro, que si un día le vieron darle la mano con demasiada efusión; a un tercero, por acudir a verle a su casa... Bastan unas pocas preguntas de la fiscalía, obstinada en tergiversar la declaración del acusado (ayer trató de transformar una boda en un contubernio) para verificar que están presos por ser familiares de Ondó o miembros de su tribu.
Lo que parece un error procesal o una insólita modalidad jurídica en la que a los testigos se les trata como delincuentes, tiene una lógica política aplastante. El mensaje a la población es rotundo: cualquiera que tenga contacto con miembros de la oposición corre el riesgo de ser detenido, apaleado y juzgado sin garantías. Se trata de convertir a los disidentes en apestados, en impedirles construir una base de simpatía social que pueda revertir en votos potenciales.
César, hijo de Felipe Ondó, lo expresó bien ante el tribunal: 'Apenas he tenido relación con mi padre en estos años ; sabía que podía tener problemas. Si con esa actitud estoy aquí, imagínese lo que hubiera ocurrido si le veo con más frecuencia'. Son varios los militares de la misma aldea que dijeron haber esquivado el contacto con los familiares de Felipe Ondó cuando éste se distanció del presidente Obiang creando su propio partido, Frente Democrático Republicano. Incluso uno de esos declarantes repitió el consejo dado por su padre, jefe de de una aldea de Mongomo: 'No te metas en política'. En Guinea Ecuatorial, política debe ser toda actividad fuera del gubernamental Partido Democrático de Guinea Ecuatorial.
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