¿Cabe ser hoy socialista en Europa?
El 25 de mayo de 1975, Bruno Kreisky, Willy Brandt y Olof Palme, líderes de los partidos socialdemocratas de Austria, Alemania y Suecia, tienen una larga conversación en Viena en la que analizan el futuro de su opción política. Publicada con el intercambio epistolar que habían mantenido entre 1972 y 1975 (Briefe und Gespräche, Europaische Verlagsanstalt, Colonia, 1975), constituye un epítome del ideario socialdemocrático en un momento en el que la crisis del petróleo (1973) fragiliza el funcionamiento de la economía de mercado y pone gravemente en cuestión la persistencia del sistema capitalista. La existencia de una serie de países con crecimiento cero o negativo abre la vía a un cambio de modelo económico y social. ¿Hay que acabar con el capitalismo e instalar el socialismo en su lugar? Nuestros tres líderes consideran que el capitalismo de su tiempo no es capaz de resolver los problemas con que se enfrenta, en particular el aumento de las desigualdades y el despilfarro de recursos, pero que no cabe sustituirlo por ningún otro sistema de supuesta inspiración socialista, ya que sus formas más conocidas -socialismo real de la URSS y de los otros países comunistas- son todavía más inaceptables. De lo que se trata, pues, es de transformarlo para hacerlo más justo y eficaz. Ámbitos como la energía, la educación, la seguridad ciudadana, la salud, las actividades laborales, el medio ambiente y los recursos naturales, la defensa y las relaciones exteriores, en especial con los países en desarrollo, no pueden ser regidas por el solo comportamiento del mercado. Pertenecen al orden político y deben responder a una serie de decisiones tomadas y ejecutadas por el Estado democrático, actualizando la dimensión axiológica e instrumental de la democracia en la que convergían tanto los socialistas no marxistas como todos los socialdemócratas.
¿Es posible hoy en Europa esta radical simultaneidad de lo público y lo democrático que constituye la razón de ser, al mismo tiempo que la trinchera del socialismo democrático? Difícilmente, porque nuestra sociedad es distinta de la del último tercio del siglo XX. Es verdad que el capitalismo actual está sometido a continuas crisis; que el neoliberalismo que la subtiende hace agua por todas partes; que las declaraciones sobre la plena autonomía de los mercados están contradichas por las intervenciones públicas cada vez que los Estados así lo deciden; que los escándalos y quiebras superabundan -Enron, Arthur Andersen, Merrill Linch, más de 40.000 suspensiones de pagos previstas este año en Alemania; etcétera-; que los paraísos fiscales parecen inamovibles; que las exclusiones dentro de cada Estado y las desigualdades entre países son cada vez más insoportables; que la economía criminal es cada día más potente y peligrosa; que no se resuelve el paro y que se generaliza la precariedad en el empleo con la consiguiente inseguridad personal y familiar, y que la desprotección social que ha generado es absolutamente dramática. Pero frente a todo ello, los socialistas han perdido su marco natural de intervención que era el Estado nacional; la batalla liberal contra el keynesianismo ha deslegitimado toda acción pública; no se ha conseguido todavía reformar el mundo del trabajo en términos de una sociedad del conocimiento complementaria / sustitutiva de una sociedad industrial; se ha aceptado que el neoliberalismo fagocitase la dimensión pública de la sociedad civil, y que la exclusión social fuese un mal inevitable. Sobre todo hemos consentido la perversión del modelo europeo de sociedad, disolviendo la economía social de mercado y el estado social de derecho en la sociedad de mercado. A la que, además, la tenaza que representa las intocables políticas monetaria y presupuestaria europeas priva de todo margen de acción. De ahí que hasta que consigamos sustituir al mercado y hasta que logremos imponer una mundialización alternativa, a la izquierda europea, si quiere salvarse del destino social liberal, le cumple rescatar la radicalidad democrática y socialista del movimiento obrero de los años setenta.
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