Aznar en tinta roja
El filósofo esloveno Slavoj Zizek contaba en algún lugar un viejo chiste de la RDA sobre un pobre trabajador alemán que era destinado a Siberia. Sabiendo que todo el correo era sistemáticamente censurado, llega al siguiente acuerdo con sus amigos: 'Si os escribo una carta con la tinta azul habitual, eso significa que su contenido es verdadero. Si en cambio aparece en tinta roja, el contenido es falso'. Al cabo de un mes reciben sus amigos su primera carta escrita en tinta azul: 'Aquí todo es maravilloso. Las tiendas están llenas de todo tipo de productos, hay alimentos en cantidad, las casas son amplias y con buena calefacción, en los cines sólo ponen películas occidentales y hay muchas chicas guapísimas con unas ganas locas de marcha -¡lo único que no se puede conseguir es tinta roja!'.
Quien haya permanecido atento al discurso de los diferentes Gobiernos de Aznar seguramente pensará que también escaseaba la tinta roja. Todo han sido autobombos España-va-vienes, liderazgos de primera y unos medios de comunicación mayoritariamente solícitos y monocromáticos. No hace ni tres días, y a pesar de que el Partido Popular perdía 2,4 puntos en el último barómetro del CIS, el secretario de Estado de relaciones con las Cortes decía que 'los resultados son magníficos y espléndidos. Que todos los descensos sean como éste y firmamos'.
Algo parecido nos encontramos en las manifestaciones de otros responsables políticos sobre la disminución del crecimiento económico o sobre el aumento del paro. No sólo no pasa nada, sino que parece que estamos mucho mejor que cualquiera de nuestros competidores.
Pero ahora ya cuesta cada vez más mantener esa imagen. Por mucho que en ella procuren ver el reflejo de España más que el suyo propio. Poco a poco hemos comenzado a distinguir los colores. Hasta la oposición parece haberse quitado el sombrero de los pactos de Estado y se ha puesto el mono de faena. Y lo que uno observa es que al PP no le gusta nada que pueda cambiarse de tinta y se les vea el lado malo.
El último ejemplo lo tenemos en la tozudez con la que emprenden su defensa en las sesiones del control del Gobierno en las Cortes. Creo que la oposición exageró abandonando el hemiciclo por la escasa presencia de ministros o por sus contestaciones despectivas. Debería replicar con intervenciones más irónicas y desenfadadas. Y enfrentar el argumento racional a la descalificación primaria. Ahí es donde tienen el mejor aliado.
Es indudable que Aznar ha llevado siempre la iniciativa en la esencial batalla de la imagen. En ese ámbito ha cometido pocos errores. Hasta que la amenaza de huelga general lo ha sacado de su embeleso. La cuestión ahora no es si las reformas gubernamentales de la protección por desempleo justifican o no el recurso a dicha medida. Eso lo deberán decidir los distintos ciudadanos. El tema aquí es su repercusión objetiva sobre una cuidadosa escenificación del liderazgo. Toda la construcción de su perfil político parecía pensado para ese último día de gloria de la cumbre de Sevilla. Desde el moderado realismo centrista de sus orígenes, pasando por la seguridad del timonel que se siente ungido por la mayoría absoluta, hasta el impaciente omnidecisor con los días contados, todos esos roles se iban complementando para desembocar en la gran traca final de su liderazgo europeo.
Por el mismo y doloroso día elegido, la imagen que le devuelve la huelga es similar a la del espejo de la madrastra de Blancanieves. No es que haya otra más bella -a Zapatero todavía le queda un pequeño techo- ; es que ya no es el único e indiscutible. Ahí está también esa otra España, la más modesta, que no ha querido ver y que ahora le devuelve su propia imagen deformada. Quizá pecara de arrogancia al anticipar la reforma o al no negociarla suficientemente. Como diría la vieja máxima latina: al ir a cazar la liebre se encontró con un espinoso erizo.
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