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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fuera del paraíso

Poco nuevo puede decirse a estas alturas de Mark Twain, uno de los padres fundadores de la moderna literatura norteamericana, que aprovechó su dedicación al periodismo para convertirse en un vigoroso narrador de expresión directa y contundente (pero que no cayó en la trampa, tan común, de periodistizar la literatura) y su formidable sentido del humor para convertirse en un satírico de primer orden, de lo cual se vienen beneficiando, con inteligencia y regocijo, sus lectores desde hace más de un siglo. La novedad de esta edición reside en que se trata de una compilación de textos que tienen como fundamento la Biblia. Algunos se han editado parcialmente y otros sólo vieron la luz en 1995 en forma de libro: el que es objeto de este comentario.

LA BIBLIA SEGÚN MARK TWAIN

Mark Twain

Traducción de Rafael Santervás

Valdemar. Madrid, 2002

320 páginas. 18,90 euros

Howard G. Baetzhold y Joseph B. McCulloug tuvieron la idea de reunir en un volumen todos los textos completos, incompletos y aun dispersos, de Twain sobre la Biblia. La idea es excelente porque es ahora, viendo el resultado, cuando se comprende bien la atracción de su autor por el tema y su notable coherencia. Los personajes centrales del libro son Adán y Eva, que se expresan en forma de diarios y autobiografía. En el primer bloque, son ellos los que están en primer plano; en el segundo, que refiere acontecimientos posteriores al diluvio, también aparecen, pero compartiendo cartelera con Matusalem, Noé y su hijo Sem sobre todo. Las dos últimas partes constan de un desopilante viaje por el cielo de capitán Stormfield y de unas cartas desde la Tierra enviadas por Satanás en un viaje de inspección.

La creación -es decir, el origen del hombre-, la infinitud y el tiempo son los tres asuntos centrales del libro, sobre los que asienta su coherencia. El lector advertirá que textos muy distanciados entre sí cronológicamente apuntan siempre en la misma dirección, lo cual coincide con la intención que al parecer tuvo Mark Twain de llevar a cabo un gran libro fundado en la Biblia, de la que poseía un alto conocimiento. El traductor lo explica de un modo tan conciso como eficiente en su prólogo y a él me remito. Lo cual -la coherencia- no quita para que el resultado sea un conjunto de fragmentos de lo que debió ser algo más completo; es algo así como la contemplación de los restos de un mural; pero esos restos, su disposición y su expresión hablan por el todo y, claro, dicen más de lo que muestran. Por ejemplo, comparando los diarios de Adán y Eva, vemos enseguida que mientras el discurso de Eva nombra sobre todo cosas, el de Adán nombra fundamentalmente conceptos (que a ella le encantan, por otra parte).

Una lectura feminista mili

tante arrojaría a Twain a los infiernos, pero una lectura desprejuiciada descubrirá enseguida cómo la fina percepción de la vida, aliada con el humor, está mostrando dos modos de entender la vida que, poco a poco, se interpenetran desde percepciones distintas. Cuando ambos se preguntan por el árbol del bien y del mal en ese Paraíso lleno de animales vegetarianos, el desconcierto que les provoca es el mismo que les empuja a probarlo; desean entender las desconocidas palabras que contiene la prohibición y de las que están indefensos porque desconocen su sentido; es decir: comer del árbol es buscar un sentido; no saben lo que es el bien, ni el mal, ni la muerte y están dispuestos a morir para ver qué es eso.

Una vez expulsados del Paraíso (una forma de morir) y convertidos los animales en carnívoros que se devoran entre sí, la pareja conoce el bien y el mal, el dolor y el amor, tienen hijos (Caín, Abel, Gladys, Edwina, y así hasta ocho); se reproducen, viven cientos de años, comparten el mundo con Matusalem y Noé entre otros. Miran, aprenden y recuerdan y por ahí va dibujándose la idea del mundo de este culto caballero demócrata y antiimperialista que fue Mark Twain. El fondo que ha creado para explayarse sobre esos asuntos es libre y magnífico y tras el humor aparece siempre ese conocedor de las miserias humanas contempladas con la afectuosa comprensión de un optimista escéptico. En una ocasión en que Adán descubre un dinosaurio en el Museo de Historia Natural se queda extrañado porque no recuerda a esa criatura: 'Ni Eva ni yo sabíamos de él hasta ayer. Le hablamos de él a Noé. Se puso colorado y cambió de tema'. Por caminos como éste arranca el libro hacia su verdadero fondo.

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