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Reportaje:

Mi papá es cura

Un párroco de Segovia adopta a un huérfano bielorruso de la zona afectada por la catástrofe Chernóbil

'Papá es cura', afirma con desparpajo el niño bielorruso Aleksey Gromico, de ocho años, a quien todo el pueblo conoce como Alosa. Alosa ha sido adoptado legalmente por Valentín Bravo Fernández, párroco de El Espinar (Segovia), de 48 años. El sacerdote ha rescatado al chaval de una infancia terrible en su país que ha ido de orfanato en orfanato.

La historia comenzó el día en que el sacerdote acogió a Alosa, hace dos años, cuando formaba parte de un grupo de medio centenar de niños afectados por la catástrofe de la central nuclear ucraniana de Chernóbil, y que llegaron a la localidad espinariega, de 6.044 habitantes, para convivir con familias de la zona.

Según reconoce el cura, los primeros días fueron muy difíciles porque el chico estaba muy necesitado de 'seguridad, amor y cariño'. Después de su pasado complejo, sin padre y con una madre alcohólica, el niño, cuando llegó a El Espinar, apenas empleaba el lenguaje y respondía a las palabras con mordiscos y patadas.

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En una primera fase, Bravo logró permiso para dejarle un año en España, mientras le trataban de un problema de estrabismo lateral y convergente. La estancia se amplió 12 meses, hasta que se superaron la burocracia y los trámites legales, tanto en la ex república soviética, donde ha salido sentencia favorable de adopción, como en España. El proceso no ha estado exento de complicaciones porque ambos países no mantienen relaciones diplomáticas.

Todo resuelto, el también responsable del arciprestazgo Abades-Villacastín, ha bautizado a su hijo recientemente. El cura asegura que antes de tomar la decisión consultó el caso con el obispo de Segovia, Luis Gutiérrez, quien no le puso objeciones después de comprobar que el Derecho Canónico no impide las adopciones.

Alosa es ahora un niño como cualquier otro: juega con sus amigos, lee, va al colegio y, según su progenitor, es alegre y no tiene traumas. Cuando al niño se le hace la pregunta sobre su comportamiento pasado responde: 'Pensaba que me íbais a hacer como los demás'. De lo que le hicieron 'los demás' no se tienen detalles, pero basta recordar su estado inicial para adivinar lo que pudo ser una infancia plagada de obstáculos.

Al cura no le falta trabajo en la parroquia, sobre todo en verano, cuando la localidad de El Espinar llega a alcanzar una población de 15.000 habitantes. Valentín Bravo asegura que el trabajo no es óbice para cumplir con su labor como padre y educador, 'lo que llevo haciendo dos años sin ningún tipo de problema', afirma. 'Además, hay otras personas que me echan una mano en caso de necesidad'.

El sacerdote no ha ocultado que empezó a rumiar la idea de la adopción a medida que iba pasando el tiempo porque se fue encariñando con este chaval, que nació en Gomel, un lugar en el límite de Bielorrusia con Ucrania, en la región más afectada por la nube radiactiva de Chernóbil.

El sacerdote recuerda: 'Alosa no conocía lo que era la alegría, se ha sentido querido y yo no podía dejarle tirado; en su país no tiene futuro'. De hecho, Bravo tiene experiencia con este tipo de circunstancias. Sus repetidos viajes a Bielorrusia le han permitido presenciar el drama que se sufre en los orfanatos. Desde hace tres años, Bravo se ha venido desplazando a este país como miembro de una organización que se encarga de enviar camiones con 20.000 kilos de alimentos y ropa.

Ahora, Alosa ha pasado a respirar el aire libre y el ambiente afectivo que recibe a los pies de la cara norte del Guadarrama. Lo que al principio había contemplado el cura como una cuestión humanitaria, ha terminado en familia.

Aleksey Gromico junto a su padre, Valentín Bravo.
Aleksey Gromico junto a su padre, Valentín Bravo.EFE

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