Un caso edificante
No es la basílica de Belén, sino la iglesia de Nuestra Señora de las Fuentes en Carabanchel, pero el alcalde de Madrid ha solicitado refuerzos para proceder a su demolición parcial, el delegado del Gobierno está de los nervios y Urbanismo ha pedido que se ponga celosa vigilancia, día y noche, al recinto para que no puedan hacerse fuertes en él los okupas del arzobispo de Madrid, como ya hicieron en 1993 cuando 500 feligreses, niños incluidos, se recluyeron en el polémico templo entre fervososos y penitenciales cánticos dispuestos a ofrecer numantina resistencia a los 'romanos' de la policía municipal y a inmolarse frente a las excavadoras y las máquinas de demolición enviadas por jueces impíos. Tras probar con todos los medios a su alcance para preservar la integridad del santo lugar, el piadoso regidor de la Villa ha tenido que adoptar el ingrato papel de Poncio Pilatos. Los tribunales del pueblo han dado la razón a Barrabás y el poncio tiene que cumplir con su dolorosa misión. Tras numerosas prórrogas, dilaciones y maniobras de distracción, el milagro que solicitó de instancias superiores monseñor Rouco Varela para frenar la demolición de la iglesia parece que no acaba de llegar, otros asuntos más urgentes deben reclamar la atención divina en estos momentos en los que hasta el Espíritu Santo debe andar estresado.
Los barrabases de esta historia, los que iniciaron este pleito nada edificante contra la Iglesia católica, son los residentes de los edificios colindantes, muy colindantes, demasiado colindantes con el polémico y sobredimensionado templo. Sin negar el derecho divino a estar en todas partes, los vecinos se preguntan por qué el Señor ha tenido que situar su morada tan cerca de las ventanas de su comedor. Con la Iglesia hemos topado, se dicen afligidos contemplando a siete metros de sus viviendas los muros de ladrillo y esperando que suenen las trompetas de su Jericó particular y se reduzca el perímetro del hongo sagrado que les creció en el patio de su casa, a las dimensiones estipuladas por la ley.
Menos a la excomunión, que ya no es lo que era, monseñor Rouco Varela ha recurrido a todas las instancias, humanas y divinas, paganas y cristianas para defender los 100 metros cuadrados de tierra santa conquistada a los infieles. Para no ser su reino de este mundo, el arzobispo muestra un extraordinario apego a sus fronteras terrenales y sigue dispuesto a luchar centímetro a centímetro en todos los frentes; en el frente legal, el arzobispado acaba de recusar por 'trato enemistoso' a los jueces, quizá con la esperanza de que su caso llegue a manos de otros más piadosos y fieles que pongan la justicia de Dios por encima de la justicia de los hombres.
El arzobispado de Madrid se resiste a cumplir con el precepto evangélico de 'dar a la César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios' y se inmiscuye en los asuntos terrenales, tal vez añorando aquellos felices tiempos en los que recolectaban diezmos y primicias y los pecadillos urbanísticos o de cualquier otro género eran disculpados y perdonados, silenciados y olvidados.
Se derriban iglesias y se construyen mezquitas para escándalo de católicos integristas que aspiran a una España íntegramente católica como la de antes, cuando las niñas y los niños de los colegios religiosos cantaban alentados por sus educadores aquello de 'Fuera, fuera protestantes, fuera de nuestra nación que queremos ser amantes del Sagrado Corazón', una España de mujeres enlutadas, veladas y encerradas, ignoradas y sometidas al dominio de sus padres, de sus maridos y de los varones en general. Una España cristiana curiosamente muy parecida a esa sociedad musulmana que predican los fundamentalistas musulmanes, santos varones como el humanitario imam de Fuengirola, que aconsejaba a sus seguidores que no dejaran marcas cuando azotaran ritualmente a sus esposas.
Si las altas instancias celestiales siguen ignorando al arzobispo de Madrid, si Dios no lo remedia, la iglesia de Nuestra Señora de las Fuentes devolverá los metros sustraídos a sus vecinos. Pero no basta con la restitución, se requieren también arrepentimiento, propósito de la enmienda y dolor de corazón para conseguir el perdón de tan contumaz pecado urbanístico.
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