Lloria
Estos días ha muerto Matilde Lloria (1912-2002), poetisa nacida en Almansa, cuya lírica en valenciano puede codearse con las de Estellés, Brú, Alpera o Canet. Hace bastantes años, en 1979, me envió uno de sus libros, Lloc per a l'esperança, cordialmente dedicado 'amb l'estimació i benvolença'. Es relevante que una escritora procedente de Albacete llegara a dominar un idioma que le era ajeno por su cuna y que lo recreara con su escritura.
Los versos de Matilde se encuentran entre los más bellos del duro siglo XX valenciano.
Els vencedors oblidaren ser pietosos,
els derrocats traspuaren fel i creu,
els innocents feren de sac terrer a la barricada,
els herois pagaren per tots.
Axí nasqué, dins foc, el llampec primerenc
i el riu inesgotable de les llágrimes
Es la estrofa final de su poema Meditació en el volumen Altíssim Regne, Premio Valencia de literatura en 1960. Cuarenta y dos años nos separan de otra época en la que la lengua no era problema más allá del que plantea un procedimiento para entenderse. Más tarde se radicalizó. Todavía hoy, intoxicados por la intransigencia y mediatizados por una insolente ignorancia, seguimos batallando contra fantasmas imaginarios.
Las páginas que escribió Matilde nos resitúan en una constante trama de traiciones e injusticias. Nadie se ha atrevido a evaluar el coste que para la sociedad valenciana ha tenido todo este trasiego de despropósitos que nos han llevado a enfrentarnos para entendernos. Y la batalla de Valencia, por no se sabe qué peculiaridades lingüísticas, continúa con los consiguientes beneficios políticos para quienes los manipulan a costa de un retraso medible e irrecuperable. Ahora hemos llegado a un cuerpo a cuerpo en la fabricación de vocablos en la factoría de la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Describimos una frontera indefinible entre la lengua que lograron salvar nuestros padres y la que nos empeñamos en recrear en un equilibrio inestable de frivolidad. Es triste reconocerlo, pero entienden mejor la naturaleza de nuestros males y sus remedios en Murcia o en Monòver que en l'Horta de Valencia.
No habrá economía consolidada ni poder valenciano que valga, si no conseguimos unos niveles de cultura, de cohesión social, de sentido de identidad colectiva y de intersección de grupos y comunidades que nos lleven de los compartimentos estancos a la conciencia de país.
Hace tiempo que algunos tenemos reclinada nuestra esperanza en los hechos cotidianos, en los gestos espontáneos, en el sentido común de los ciudadanos, más que en la puesta en escena de nuestro mandamases y seudointelectuales que pretenden marcar las pautas desde sus incongruencias.
La labor de un pueblo no es el resultado de muchas voluntades aisladas sino el conjunto de una sociedad que se siente partícipe de un proyecto común. En cuyo concierto brillan los solistas y sigue siendo insustituible la batuta integradora del director de orquesta. Por eso son tan escasos los maestros, aunque abunden las partituras.
Res no mor. Passa o cau;
esllangueix el crepuscle de la vida;
dorm... S'oculta...
Así será para siempre la esperanza de Matilde Lloria.
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