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LA CRÓNICA
Columna
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El torero del moroso, la mejor faena

Cerca de donde vivía de pequeña había un barrio pobre al que llamaban 'el barrio sin madre' porque siempre que iba el cobrador del gas o el de la luz con la factura, los niños abrían la puerta y decían: 'mi madre no está'. A los de la empresa del gas nunca se les ocurrió enviar al 'cobrador del frac' a ese barrio, porque habría sido linchado. Y si él habría sido linchado, imaginen lo que le habría ocurrido a un cobrador de morosos que se anuncia de esta poética manera en el periódico: 'El torero del moroso, con sus morosos, la mejor faena'. Si una cosa no soportaban los de 'el barrio sin madre' por una comprensible razón, eran los vestidos de hombre demasiado prietos. El torero del moroso no habría regresado jamás de ese lugar en el que no hay mimos, ni pierrots, ni estatuas humanas ni papás noeles (tampoco agua ni luz, eso es verdad). Barcelona está cada vez más llena de payasos cretinos que imitan tu manera de caminar para divertir a los que consumen en las terrazas. Ayer tuve que partirle los morros a uno, pero tanta violencia no es la solución. La solución es que te siga el torero del moroso que, al menos, no te imitará.

No siente pena por la persona a la que sigue, porque cree que hace un bien social

Así que llamo al teléfono que se incluye en el anuncio poético para pedir presupuesto. Ya en las oficinas, una secretaria me pide el carnet de periodista. Como no tengo, porque no soy periodista, me pide el número de DNI. Se lo recito. 'Falta la letra' me advierte. Que no se conforme con el número y quiera saber también la letra me hace pensar que estoy en una empresa seria. De pie, allí en medio, hay un torero. Va vestido de azul y tiene los ojos melancólicos que se le suponen a los trabajadores de su ramo. La secretaria me hace entrar en el despacho del director territorial. Sentado a su lado hay un señor que no habla. Lo primero que procura el director territorial es que yo no sienta la clásica empatía por el moroso. Me dice: 'el moroso ha destrozado familias, el moroso no tiene dinero en el banco pero lleva un coche de lujo, el moroso tiene mucho morro'. Pienso en el moroso Peláez el del TBO.

Mientras el director territorial me explica todo esto (el otro señor sigue sin hablar) oigo lo que grita alguien en el despacho de al lado: '¡Dime el número de placa! ¡Toma nota, en la planta tercera! ¡Claro que vas a tomar nota! ¡Que sí! ¡Tú no te preocupes que te estoy esperando!'

Después, el torero y yo nos vamos a la calle para que le vea trabajar 'rompiendo el paisaje' (son sus palabras) pero me ruega que no vayamos a la Rambla 'porque allí hay mucho payaseo'. Me cuenta que su traje vale 3.000 euros y eso es para evitar 'entrar en la payasería'. Se lo lava él mismo, en la bañera, con champú para el pelo, y sin frotar. Unas chicas le cantan la canción de Chayanne, Torero. Una señora le chilla que 'hay que tener cojones'. Como actor que es, cada mañana antes de vestirse, se concentra 15 minutos. Le veo caminar con su maleta y su cara digna. Se llama Adrián Riveira y me explica que es argentino. ¿Se dan cuenta? Si ahora, de repente, volviera a la ciudad donde ha nacido, Mendoza, podría seguir a todos sus vecinos, a su familia, probablemente a la mayoría de sus compatriotas, porque ahora la mayoría de argentinos, por desgracia puede que tengan deudas. Don Adrián, además, nunca ha visto una corrida de toros y está en contra. Se autodenomina 'torero ecologista'. No siente pena por la persona a la que sigue, porque antes se lee su informe, y sabe que 'siguiéndole hace un bien social y ayuda a la economía del país'. A pesar de estos propósitos, se está leyendo un libro tan poco favorable al mundo de la empresa como No logo, de Naomi Klein. Me dice algo que también dicen los vendedores de ropa, los tarotistas, los locutores de programas nocturnos o las esteticistas: que en su oficio hace falta psicología. 'Hay que saber cuándo ponerse duro y cuándo aflojar'. Reconoce que seguir a una mujer, para él, en tanto que hombre, sería más difícil, así que cuando nos despedimos, me lo imagino detrás de una morosa sexy. La morosa llora, le suplica que no le siga más o va a cometer una locura. 'Es mi trabajo' responde él, por ejemplo. La morosa, entonces, decide vestirse con ropa que la favorezca de espaldas (es la parte de ella que el torero ve). Se dedica a ir a discotecas gays como Arena, donde que te acompañe un señor en traje de luces está muy bien visto. El torero no entra, la espera siempre fuera, porque es lo legal. A veces, ella echa a correr para despistarle, pero luego tiene compasión y le espera. Cuando caminan muy juntos por las aglomeraciones, aprovecha para susurrarle: 'Sé que no llevas nada en la maleta'. Por supuesto va a los toros, y a ver la obra de Salvador Távora, en la que los piquetes antitaurinos se ponen muy nerviosos, porque creen que don Adrián les está provocando. A él, tanta vejación por parte de una morosa, le empieza a enamorar. Ella, además, queda con sus amantes y le hace el típico número de besarlos mientras no deja de mirarle. Eso le vuelve loco. La morosa también se dedica a ir a comprarse lencería y le gusta saber que él la espera en la calle. Ningún hombre la espera con esta fidelidad y vestido de torero. Preferiría un casteller, claro, pero enseguida les recomienda a sus amigas que desfalquen.

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