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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El caso irlandés

La rotunda victoria en Irlanda del gobernante Fianna Fail, del primer ministro Bertie Ahern, al borde de la mayoría absoluta, va a cambiar el rostro del Parlamento de Dublín y a provocar probablemente un realineamiento del escenario político. El crecido voto a las formaciones marginales, un eco fiel de lo ocurrido en Francia y Holanda, permitirá al reforzado Fianna Fail dirigir el país con una oposición mucho más fragmentada. Y contrasta con el desplome del Fine Gael, principal grupo opositor; en el universo de matices, largamente escolástico, de los partidos irlandeses, el fracaso del Fine Gael se ha debido a su incapacidad para diferenciarse claramente de los centroderechistas ganadores, hasta el punto de que sus estrategas se plantean su reconversión a un tradicional partido democristiano, como los que abundan en el continente.

Ahern ha sugerido que recurrirá a sus socios anteriores de Gobierno, los Demócratas Progresistas, que han pasado de cuatro a ocho diputados, para formar una nueva y más estable coalición. Pero ha añadido que se valdrá de diputados independientes -está a tres escaños de la mayoría absoluta- si el precio de sus antiguos aliados es excesivo. El pragmático primer ministro, en quien los votantes han premiado la prosperidad sin precedentes de su pequeño país, no tendrá ninguna dificultad en marcar el camino. Los resultados tampoco afectarán presumiblemente al papel de Dublín en el Ulster, toda vez que Ahern rechaza la oferta del Sinn Fein, brazo político del IRA y uno de los triunfadores de la jornada electoral, de poner a su disposición sus cinco diputados (antes era uno) para la formación de Gabinete. Los comicios han puesto de manifiesto la creciente aceptación de los moderados dentro del movimiento republicano como un partido constitucional, pese a sus vínculos con los paramilitares.

La mayor dificultad le espera a Ahern en su plan de hacer aprobar, en un segundo intento, el Tratado de Niza, que gobierna la ampliación de la Unión Europea, y que los irlandeses -única excepción que queda entre los 15- rechazaron el año pasado en referéndum. Los partidos más beneficiados por las elecciones, los nacionalistas duros del Sinn Fein o los Verdes, son precisamente los más hostiles a la UE. Y en el horizonte no hay ningún elemento que haga pensar que los euroescépticos irlandeses, pese al viento en popa que la UE ha representado para ellos, se hayan vuelto más partidarios de las instituciones de Bruselas.

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