_
_
_
_
_
LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La rotonda del loco

Mi domicilio barcelonés -no es la primera vez que se lo cuento- se halla situado en la esquina del paseo de Sant Joan con la calle de Rosselló, encima de lo que fue el cine Chile y hoy es el parking del mismo nombre. Así que -y tampoco es la primera vez que se lo cuento- me encuentro entre Verdaguer y Gaudí: por la mañana, cuando me asomo a la ventana de mi despacho para cambiarle el agua y darle de comer a mi perdiz Josefina, veo a mosén Cinto que me da la espalda, y, a la hora del almuerzo, veo, por la ventana del comedor, tres pináculos de los campanarios de la Sagrada Familia.

Entre Verdaguer y Gaudí, prefiero al primero. O, mejor dicho, entre la proximidad de Verdaguer, convertido en estatua, y el templo expiatorio del genial arquitecto, prefiero la estatua, al margen de su valor artístico. El único problema es que, en los 10 años largos que llevo viviendo en la esquina de paseo de Sant Joan y la calle de Rosselló, todavía no había podido verle el rostro a mi querido poeta.

La estatua de Jacint Verdaguer en Barcelona se halla custodiada por psicoanalistas y psiquiatras

La estatua de mosén Cinto se sitúa, como es notorio, en medio de la avenida Diagonal, en el cruce de Diagonal con el paseo de Sant Joan. Se halla en el centro de la denominada plaza de Mossèn Jacint Verdaguer, que de plaza no tiene nada: es una rotonda, por la que circulan los coches. Para poderle ver el rostro a mosén Cinto, hay que situarse en la orilla izquierda, mirando a la montaña, del paseo de Sant Joan, antes de cruzar la Diagonal, justo donde se halla Can Soteras. Pero aun así, no es fácil verle el rostro. Por dos razones: por la altitud a la que se halla colocada la estatua y porque el rostro tan sólo se ilumina -y eso cuando luce el sol- a primera hora de la tarde. El resto del día, el rostro del poeta es una mancha negra.

Hace un par de meses, hablando con mi amiga Pilar Aymerich, excelente fotógrafa, de la imposibilidad de verle el rostro a mosén Cinto, le pedí si, desde un cuarto o quinto piso del edificio donde se encuentra Can Soteras, podía fotografiarme ese rostro. Y así lo hizo, como pueden ver en la fotografía que ilumina estas líneas. Pilar me dijo que la foto había sido tomada desde el despacho de un psicoanalista, en el número 327 de la Diagonal, es decir, el edificio donde se halla Can Soteras. Fácilmente deduje que ese psicoanalista no debía ser otro que el doctor Salinas i Rosés, que habita en el ático 2ª, como se especifica en la placa que figura en la portería del edificio. Ello me llevó a pensar que la estatua del mosén se halla custodiada por psicoanalistas y psiquiatras. Porque, en la orilla derecha del paseo de Sant Joan, cruzada la Diagonal, en la esquina con la calle de Mallorca, vive el doctor Delfí Abella, psiquiatra, autor del libro Mossèn Cinto vist pel psiquiatra. Anàlisi psico-patològica dels articles 'En defensa pròpia' (Barcelona, Barcino, 1958). Así que el mosén tiene un psicoanalista de frente y un psiquiatra a sus espaldas, y, por si esto fuese poco, a un paso de la estatua, en el 336 de la calle de Mallorca, se halla la sede de la Escuela Lacaniana del Campo Freudiano de Barcelona, desde cuyo portal los turistas suelen disparar sus cámaras. ¿Qué fotografían? Pues nada menos que un extraño paisaje, tal vez lacaniano, en el que, a la derecha, se ven las torres, los campanarios de la Sagrada Familia; a la izquierda, la estatua de mosén Cinto; y, en medio, la lechuza publicitaria de los rótulos Roura, encaramada en lo alto del edificio situado entre Mallorca y Diagonal. Gaudí, Verdaguer y la Lechuza.

Observando el rostro de Verdaguer en la foto que me ha regalado Pilar, es fácil percatarse de que el mosén no parece de muy buen humor. Me pregunto si su expresión de fastidio obedece a esa perpetua condena de tener que presenciar, ligeramente inclinado -en el barrio le llaman cariñosamente el cuervo-, el ir y venir de los coches (¿para cuándo un anuncio de un Verdaguer, virtual, sonriente, al ver pasar un automóvil de su marca preferida, evidentemente 'el mejor'?), o si esa expresión es debida al hecho de hallarse rodeado de loqueros. En vez de la plaza de Mossèn Jacint Verdaguer, yo le llamaría, he empezado a llamarla ya, la rotonda del loco.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El sábado de la semana pasada cayó un buen chaparrón en el barrio. Era de noche, arreciaba el viento y no conseguía dormirme. Fui a echar un vistazo a mi perdiz y, al mirar por la ventana, me pareció ver que el mosén no estaba en lo alto de su pedestal. Al final conseguí dormirme y soñé que el mosén se había escapado de su alado manicomio para refugiarse en el templo de la Sagrada Familia. Y allí estaba el bueno -es un decir- de mosén Cinto, jugando a la butifarra y zampándose una pizza en compañía del Quasimodo del lugar, un Copito de Nieve convertido en una drag queen de Nazario, del Vampiro de la Sagrada Familia, y de un autocar de japoneses de ambos sexos ligeramente acojonados. En el fondo, en un pequeño altar, se veía la imagen del beato Antoni Gaudí, con un cirio en la mano derecha y un tranvía de juguete en la izquierda, pisando con el pie una serpiente con la cabeza del escultor Subirachs.

Un sueño harto curioso, pero no menos que el de un Verdaguer con camiseta y calzoncillos del maestro modista Ramon Ramis; con calcetines y zapatos de chocolate del maestro chocolatero Antoni Escribà; con una sotana decorada por los escenógrafos Pep Duran y Joaquin Roy; y un sombrero diseñado por Iago Pericot. Sólo que eso no es un sueño: es una performance que se anuncia en el Espai Escènic Joan Brossa. No pienso perdérmelo.

Mosén Cinto ha vuelto a colocarse en lo alto de su monumento, donde lleva contemplando el ir y venir de los coches desde hace 78 años. En La Vanguardia del pasado martes, mi hermano Lluís Permanyer, cronista oficial de la Gran Encisera, volvió a pedir que se sustituya el 'provocativo Jacinto' que figura en el monumento -inaugurado por Alfonso XIII, el general Primo de Rivera y el conde de Egara-, por Jacint, que es como se firmaba el poeta. No es la primera vez que Permanyer pide que se realice esa corrección: ya lo pidió en 1993, y yo, en esta misma página, en junio de 1995 y en enero de este año. El arquitecto Oriol Bohigas también lo pidió hará un par de meses. A ver si nos hacen caso. Toma nota, Jordi Portabella i Calvete, presidente del Instituto Municipal del Paisaje Urbano y la Calidad de Vida: menos pensar en la tasa turística y estate más por la faena.

P.S. Tomo el aperitivo con Juan Marsé en el Bauma. Comentamos la frase de Elvira Lindo (EL PAÍS, 12 de mayo) sobre su 'mente enferma'. Marsé dice que Elvira se confunde. Mi amigo nunca estrechó la mano de Arthur Miller, 'la mano que había tocado el culo de Marilyn Monroe'. La mano que estrechó Marsé fue la de Montand. 'No es lo mismo', dice, 'estrechar la mano del marido que la del amante'.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_