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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Un solo Dios verdadero

Me he encontrado en la calle con Josune, una antigua compañera de estudios, que trabaja como yo en un instituto de enseñanza. Me ha sorprendido con su pregunta:

- ¿Vosotras tenéis crucifijos en las aulas?

- No. La enseñanza pública en España es laica. La Constitución declara nuestra neutralidad y respeto con las diversas opciones religiosas.

- Es raro. Nosotros siempre habíamos tenido crucifijos y nunca hubo problemas, hasta ahora.

- ¿Desde siempre? Querrás decir desde Franco, porque la Institución Libre de Enseñanza fue creada por la República como una institución laica, igual que ahora.

- Quiero decir que yo siempre los he visto ahí y no me molestan. Pero ahora unos padres se han empeñado en que los quitemos.

Sabino de Arana escribió que prefería que los vascos perdiesen el euskera antes que su fe católica

- Quizás sólo desean que se cumpla la ley.

- Qué va. Lo que pasa es que son unos intransigentes que no respetan nuestras creencias. Ya sé que todos no somos creyentes, pero los vascos hemos sido siempre respetuosos.

- No te veo yo muy respetuosa con las ideas de los demás.

Y, entonces, como si acabase de descubrir mi presencia, me suelta:

- Pero tú no serás una de esos... Además, tú crees en algo ¿verdad?

- Creo en varias cosas, Josune. Pero me temo que no podría creer en ese Dios que para ti es tan importante mantener colgado en la pared.

- Qué cosas dices Ainhoa. No sabía que fueras tan intransigente.

- Ni yo.

Nos despedimos sin mucha efusión. Y me quedé meditando sobre hasta qué punto vivimos separados en pequeños islotes.

Pasaba en ese momento por un parque público en el que ondeaba una enorme ikurriña en un mástil vertical. Pensé que si a alguien se le ocurriese plantar en ese jardín una bandera española, por pequeña que fuera, sería inmediatamente acusado de provocador por cualquier respetable ciudadano. Y podría considerarse afortunado si sólo era increpado. El espacio público era utilizado, también en este caso, para hacer ostentación de unas ideas con expresa exclusión de otras. Y ello en contra de la ley. Pero, ¿a quién le importa la ley?

Muy cerca de allí, otra ikurriña indicaba la entrada de un batzoki. Recordándome, por si lo había olvidado, que la misma bandera representa a la vez la pluralidad de la sociedad vasca y al partido político hegemónico en el gobierno de la misma.

Estas sedes sociales están presididas por el retrato del fundador del partido, un abogado que vivió a finales del siglo XIX a quien sus seguidores llamaban 'el Maestro'. Los escritos de Sabino de Arana sólo son citados actualmente por sus detractores. Aunque defendió con ardor el euskera, escribió que preferiría que los vascos perdiesen esa lengua antes que su fe católica.

¿Qué diría el Maestro de la pretensión de esos padres 'intransigentes' de quitar el crucifijo del aula al que asisten sus hijos? La respuesta es sencilla: diría lo mismo que vienen diciendo siempre sus seguidores. Que los extranjeros pretendemos quitarles algo que les pertenece. Sobre todo, el País y hasta la fe de sus mayores.

Bueno, ya me he desahogado un poco, que me hacía falta después del encuentro de hoy. Pues me siento cada día más marciana entre estos terrícolas que parecen extraídos de Atapuerca.

De vuelta a mi instituto, éste me ha parecido un oasis de libertad. Sin embargo, cuando he hablado con Maite de mi encuentro, me ha recordado que los oasis tampoco son ya lo que eran.

- ¿Y qué me dices de la nueva ley de educación, que reserva la enseñanza de valores democráticos para los alumnos que no den religión?

Claro, los creyentes ya tienen bastante con los valores de la Iglesia Católica, que, como sabemos, siempre ha sobresalido por su respeto a la libertad y la democracia. Y los alumnos musulmanes tampoco necesitan que les enseñen valores democráticos. De ellos ya se ocuparán los mulás.

Pues estamos bien servidos. No sé quiénes son más peligrosos: si los de la patria única o los del Dios único. Porque, bien mirado, ambos suelen coincidir. No sé si me consuela que, tarde o temprano, quien tiene una patria en exclusiva termina enfrentándose a otro de una patria diferente y también exclusiva; y que el que tiene un solo Dios verdadero acaba por chocar con el otro Dios verdadero de alguien. Cuánto ruido entre unos y otros para nada.

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