Licenciadas en servicio doméstico
Hace algunos años estas mujeres trasnocharon en vísperas de exámenes, padecieron noches de insomnio por temor a suspender alguna asignatura y celebraron el día en que les entregaron los diplomas, lo que les abría las puertas a un mundo laboral de oportunidades. En sus países de origen se integraron en el segmento profesional del circuito laboral, desempeñando tareas vinculadas a sus titulaciones. Tenían 'vidas normales'... a menudo privilegiadas respecto a las de sus padres. En fin, desarrollaban una carrera profesional, poseían el reconocimiento social de un estatus elevado y hacían planes para el futuro. Planes que el azar hizo descarrilar, o acaso el destino. Y esas mujeres se vieron empujadas a darle un vuelco a sus vidas, un vuelco mayor que el que ellas mismas podían esperar.
La comunidad de inmigrantes universitarias en España tituladas en sus países la componen sobre todo mujeres que proceden de Europa oriental y de Latinoamérica
Según el estudio 'Mujer, inmigración y trabajo', muchas familias españolas que emplean a inmigrantes las discriminan con jornadas de 14 horas, remuneración injusta y trato degradante
Un título universitario, recomendaciones y referencias laborales y un par de números de teléfono eran todo su equipaje. Bueno, y cierta ingenua dosis de ilusiones de desempeñar sus profesiones en el país al que llegaban, España. El diploma, supuesto salvoconducto hacia una vida de clase media en el país de acogida, se acaba transformando en un papel sin significado. Pronto sus paisanas y la testarudez del mercado laboral restringirán sus expectativas al servicio doméstico, y sus horizontes científicos a la fregonología.
La comunidad de inmigrantes universitarias en España tituladas en sus países la componen sobre todo mujeres de Europa oriental y Sudamérica. Entre las del antiguo bloque comunista son mayoría las licenciadas en carreras tecnológicas, entre las hispanoamericanas las de humanidades. Depauperación, violencia, represión e inestabilidad política en sus países son las causas que las han obligado a emigrar.
Servir en casas es una experiencia nueva para estas neochachas, inmigrantes de formación universitaria y experiencia profesional devenidas asistentas. Quizá como coartada inconsciente, la mayoría enfoca al comienzo su actividad como una incursión anecdótica, una salida temporal. Pero a medida que se desgastan contra el muro del paro, la discriminación y las dificultades para la homologación del título se van convenciendo de que su formación académica de poco les ha de valer.
'Inmigrar ya de por sí es un golpe muy fuerte porque dejas atrás todos tus afectos, tus referentes, tu cultura y tu historia', explica Claudia Clavijo, colombiana licenciada en filosofía de la Universidad Nacional y que hubo de salir al exilio porque 'en Colombia quienes trabajan en defensa de los desfavorecidos son amenazados, asesinados o desterrados' (realizó un estudio sobre desplazados de la guerra para el ex presidente Ernesto Samper). Llegada a España con sus dos hijos, se ha negado a trabajar en nada que no sea investigación social, participando en estudios sobre inmigrantes y refugiados. 'Luchar por trabajar en lo mío ha sido una tarea angustiante, decepcionante y difícil, sobre todo en lo económico', se queja. 'Pero estoy segura de que no hubiera resistido el exilio si no hubiese trabajado en investigación. Conozco a muchos refugiados que aparcaron sus objetivos por la supervivencia económica y están muy afectados'.
Los estudios en los que ha tomado parte Claudia subrayan los daños psicológicos que causa a la inmigrante ver infravalorados sus conocimientos. 'Si al hecho de dejar a tu gente se añade que también debes abandonar tu carrera laboral, el perjuicio psicológico es enorme: la autoestima es lo primero que cae en picado cuando encuentras una sociedad que desecha de plano tu aportación, fruto de años de experiencia en sociedades en las que se trabaja con verdadera entrega, más allá del salario que puedas tener', asegura. 'Los inmigrantes aparte de su cualificación aportan ternura a esta sociedad. Hay que ver con el esmero que cuidan a niños y ancianos. Es un privilegio para España tenerlos en sus hogares', reivindica entre orgullosa y dolorida.
Según un reciente estudio del Colectivo Ioé sobre Mujer, inmigración y trabajo, muchas familias españolas que emplean a inmigrantes las discriminan con jornadas de 14 horas, remuneración injusta y trato degradante. El informe destaca que son condiciones muy diferentes (con ingresos un 76% inferiores) a las de asistentas de nacionalidad española.
La polaca Bárbara Kurasz, ingeniera metalúrgica de la Universidad Górniczo-Hutnicza de Cracovia, llegó a España en verano de 1989 y comenzó a trabajar en una casa: 'Al inicio no entendía este trabajo porque en Polonia nadie tiene asistentas. Yo quería aprender castellano, trabajar una temporada y regresar a mi país. Pero en 1991 me salió la residencia y en 1992 ya tenía homologado el título'. Buscó trabajo en el norte de España, 'pero desistí muy pronto porque mi carrera es de esas que, gracias a los cambios del mundo, cada día está menos cotizada'.
Inseguridad laboral
Decidió quedarse y continuar limpiando casas. 'Mi orgullo lo metí con el diploma en el bolsillo hace años. Creo que España no es culpable de que nosotras estemos en el servicio doméstico; la responsabilidad es de nuestros países de origen', observa. 'Ahora bien, había que regular el trabajo doméstico y que las chachas tengamos todas las garantías para insertarnos en una vida laboral digna, con horarios y salarios prefijados, seguro, vacaciones y derecho al paro. La Seguridad Social la pago yo y no hay reglamentación para mi oficio'. A Bárbara, soltera sin hijos, nada la obliga a quedarse salvo su cariño por España: 'Desde que llegué a Alcalá de Henares he amado esta ciudad que me hace sentirme de aquí. Es mi otro lugar de nacimiento', afirma como presidenta de la Asociación de Polacos Águila Blanca de esta población madrileña.
Caso distinto al de estas dos mujeres es el de Alicia Muzo, trabajadora social que afrontó duros sacrificios para asistir a la Universidad Central de Quito: 'Somos muy pocos los indígenas que accedemos a estudios superiores porque desde la adolescencia trabajamos. Soy una excepción en mi familia y en mi pueblo', advierte.
Hace un año que esta ecuatoriana está interna en una casa de Majadahonda (Madrid): 'Mis patrones son muy buenos conmigo, pero sé de inmigrantes que son maltratadas'. Su jornada laboral de 8 de la mañana a las 10 de la noche le deja dos horas de descanso tras el almuerzo y fines de semana libres, pero sabe aprovechar el tiempo: 'Estudio Educación Infantil a distancia'. Alicia sueña con su regreso o con tener una guardería en Madrid para cuidar niños inmigrantes y emplear en ella a sus madres. Mientras lo logra, pone a su esfuerzo a trabajar a su favor: 'Los pequeños que cuido hacen que mis sueños no claudiquen, aunque hay días en que me deprimo porque amo la libertad y estar interna es doloroso. Lo asumo como un sacrificio que me llevará a ser libre del todo'.
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