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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Portentoso triángulo de rostros

Nos llega Iris, con sólo unos pocos meses de recorrido comercial por el mundo, escoltada por un rosario de premios -alcanza ya nada menos que una treintena de ilustres galardones británicos, suecos, alemanes y estadounidenses-, todos ellos destinados a las interpretaciones de los tres protagonistas, las actrices Judi Dench y Kate Winslet y el actor Jim Broadbent. Ellas dan vida a la novelista y ensayista inglesa Iris Murdoch en su madurez y en su juventud, respectivamente; y él a su marido, el filólogo y escritor John Bayley.

La fuerza de arrastre emocional que brota del portentoso juego de roces y choques creado por esta formidable triangulación -que está cuadrangulada con mucho talento y buen oficio por Hugh Bonneville, que encarna a John Bayley joven- convierte en un auténtico tesoro cinematográfico un filme que formalmente no pasa de correcto, bien escrito y realizado por Richard Eyre con solvencia, pero también con mirada de vuelo corto, de escaso empuje formal. Las tres (que son cuatro) creaciones personales y el ensamblaje de estos tres (que son cuatro) rostros vertebradores del filme le hacen estallar de vida y de entendimiento de la vida. Cada intérprete ha estudiado con minuciosidad y generosidad al que tiene enfrente, a quien le da en cada momento respuesta física y réplica verbal; y conjuga su gesto con el suyo, su mirada con la del otro, su piel con la piel de quien roza la suya, en un alarde de conjunción y de acoplamiento mutuo que bordea lo insuperable.

IRIS

Dirección: Richard Eyre. Guión: Charles Wood y R. Eyre. Intérpretes: Judi Dench, Kate Winstet, Jim Broadbent, Hugh Bonneville, Eleanor Bron, Penélope Wilton, Juliet Aubrey. Género: drama. Reino Unido, 2001. Duración: 90 minutos.

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'El dolor es la mejor fuente de adrenalina'

Es una maravilla ver cómo la impulsiva avidez de vida, de conocimiento, de libertad y de goce que transmite con contagiosa energía Kate Winslet (Iris Murduch con veintipocos años) se prolonga literalmente en la calma, en la serena falta de avidez, e incluso en los destellos del apagamiento final de Judi Dench (Iris Murdoch 40 años después). Y esto ocurre con milagrosa literalidad, hasta el punto de que los comportamientos y las oscilaciones emocionales de la segunda parecen prolongaciones físicas de los de la primera, como si una y otra fueran no ya el mismo personaje, sino la misma persona. Y casi otro tanto puede decirse del exacto dúo masculino trazado entre Bonneville (Bayley joven) y Broadbent (Bayley viejo). Admirable.

Así, la mejor, la más solvente y refinada escuela interpretativa británica se apodera de la médula de la película y la eleva y ennoblece, la convierte, sin ser una obra de gran calado formal, en una pequeña cumbre intimista del cine europeo. Y el doble retrato de Iris Murdoch se hace un bello y grave golpe de cine considerado como forma de conocimiento y, en concreto, de conocimiento de la interioridad del doloroso y conmovedor tránsito de una mujer que fue un volcán de ideas hacia la reducción a cenizas de su inteligencia.

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