Educación: ¿quién suspende?
La semana pasada, millones de padres, maestros y niños de todo el globo instaron a los Gobiernos a proporcionar una enseñanza básica gratuita y de buena calidad para todos los niños del mundo. Ellos participan en la Campaña Global por la Educación; nosotros sumamos nuestra voz a su llamamiento.
Sabemos por experiencia propia lo que la educación puede significar para un niño: en nuestra vida hemos visto cómo una generación de niños provista de formación construía una nación. Y nuestra educación fue la base que nos permitió tomar parte en los acontecimientos históricos de nuestros respectivos países: la liberación de nuestros pueblos del colonialismo y el apartheid.
La educación puede marcar la diferencia entre una vida de pobreza opresiva y la posibilidad de una vida plena y segura: entre niños que mueren a causa de una enfermedad evitable y familias que se crían en un entorno saludable; entre huérfanos que crecen en el aislamiento, y comunidades que tienen los medios para protegerlos; entre países destrozados por la pobreza y los conflictos, y el acceso a un desarrollo seguro y sostenible. La enseñanza es uno de los instrumentos más eficaces que tenemos para promover la prevención del sida y poner fin a la propagación de la pandemia. En tiempos de paz, la enseñanza puede proveer a los niños de medios para protegerse; en tiempos de guerra, puede literalmente salvarles la vida.
Pero hoy en día el mundo atraviesa una crisis de la educación. Ciento veinte millones de niños -dos terceras partes de ellos niñas- no tienen acceso a la enseñanza básica. Uno de cada cinco niños no verá nunca el interior de un aula. Al consentirlo, estamos impidiendo a estos niños participar significativamente en la sociedad; estamos permitiendo que aumenten las diferencias entre los países desarrollados y los subdesarrollados, y perpetuando los ciclos de pobreza y desigualdad.
En muchos países en desarrollo, el precio de la escolaridad es la barrera que impide llevar a los niños al colegio. Incluso en países en los que la enseñanza primaria se supone que es gratuita, el coste de los libros y uniformes significa que muchas familias pobres sencillamente no pueden permitirse el dar a sus hijos una educación. En Zambia, enviar a una criatura a la escuela primaria puede costarle a una familia una quinta parte de su renta; no es de extrañar que más de medio millón de niños de este país no vayan al colegio.
Los Gobiernos tienen que hacer mucho más para que todos los niños puedan acceder a la escolarización. En nuestro continente, África, los presupuestos nacionales a menudo no dan prioridad a las necesidades básicas de los más pequeños: acceso a la enseñanza, atención sanitaria y agua potable. Aunque nuestras prioridades y compromisos están claros, la respuesta a esta situación puede ser extraordinaria. En Malawi, la matriculación en escuelas primarias creció en un 50% a raíz de la decisión del Gobierno de suprimir los pagos de matrícula y los uniformes obligatorios en 1994. Hoy Malawi es uno de los pocos países del mundo en los se matriculan por igual en las escuelas primarias niños de ambos sexos. Sin embargo, estos logros han hecho más difícil la lucha permanente por encontrar recursos suficientes para financiar la educación, ya que los colegios se ven ahora superados por el número de alumnos.
En el Foro Mundial de la Educación reunido en Dakar, Senegal, los Gobiernos y las organizaciones donantes se reafirmaron en su compromiso de universalizar la enseñanza primaria para el año 2015. Los países en desarrollo prometieron implantar programas de Educación Para Todos (EFA, siglas en inglés) que contemplarán la escolarización gratuita de los alumnos de primaria. La comunidad internacional prometió que 'la falta de recursos no impedirá a ningún país seriamente comprometido con la Educación Para Todos alcanzar esta meta'. Dos años después, muchos países que han elaborado planes de enseñanza no están recibiendo el apoyo prometido. El ministro de Educación paquistaní, Zubaida Jalal, cita la falta de recursos como una 'barrera insuperable para la Educación Para Todos en la región del sur de Asia'.
La decisión tomada por el Gobierno de Holanda de asignar 135 millones de euros para financiar campañas de educación en países en vías de desarrollo es alentadora, pero no es más que uno de los escasísimos intentos por llevar a la práctica el compromiso con la Educación Para Todos. Recientemente, el Banco Mundial hizo un llamamiento para eliminar el pago de matrículas en los colegios, implantar medidas inmediatas para aumentar los recursos asignados a países que tienen planes de enseñanza, y multiplicar por tres o por cinco las donaciones para la enseñaza primaria. Agradecemos calurosamente el nuevo Plan de Acción del Banco para la educación, que ha sido respaldado por los ministros de Economía y Desarrollo del G-7. Debemos asegurarnos de que estas medidas se cumplen y no se convierten en la última serie de iniciativas que no se llevan a cabo.
Vivimos en una economía global de más de 30 billones de dólares; tenemos los recursos. El año pasado, el mundo gastó casi el doble en defensa que en educación (en algunas regiones hasta cuatro veces más). Se calcula que cada mes se desembolsan 1.000 millones de dólares sólo para las acciones militares en Afganistán. Para alcanzar los objetivos globales del acceso universal a la enseñanza, hay que invertir al menos 5.000 millones de dólares al año. Si nos tomamos en serio la lucha contra la ignorancia, la enfermedad, la pobreza -y la construcción de un mundo apropiado para nuestros hijos- tenemos que ser tan diligentes a la hora de encontrar medios para financiar la educación, la atención sanitaria y el bienestar social de nuestros niños, como lo somos a la hora de encontrar medios para defender nuestras naciones en otros sentidos.
Hace muchos años, los países industrializados acordaron dedicar un 0,7% de la renta nacional a la Ayuda Oficial al Desarrollo, pero sólo Holanda, Noruega, Suecia y Dinamarca han cumplido firmemente esa promesa. Muchos de los países más ricos rondan el 0,3% o no
llegan. El anuncio reciente del Gobierno noruego de aumentar su ayuda desde el 0,92% hasta el 1% de aquí a 2005 es un ejemplo extraordinario para todos nosotros.
En estos días, los líderes mundiales participan en la Sesión Especial para la Infancia de Naciones Unidas. A finales de junio, líderes de los países industrializados más ricos se reunirán en la Cumbre del G-8 en Canadá. Ambos acontecimientos constituyen una oportunidad para llevar a la práctica los compromisos ya alcanzados, para asegurarnos de no dejar pasar ni un minuto más sin emprender una acción rápida y clara. No debemos permitir que nuestras promesas suenen vacías.
Nosotros -la sociedad civil y el sector privado- también debemos desempeñar nuestro papel. Los ciudadanos de los países industrializados pueden hacer que sus Gobiernos e instituciones donantes se responsabilicen de sus promesas de proveer los fondos necesarios para financiar la educación universal. Los ciudadanos de los países en vías de desarrollo deben asegurarse de que sus Gobiernos han creado e implantado planes de enseñanza sólidos. Los grupos de la sociedad civil y el sector privado pueden asociarse con sus respectivos Gobiernos con el fin de canalizar recursos hacia la educación.
Si no alcanzamos los objetivos para la enseñanza universal, no sólo no cumplimos nuestros compromisos como gobiernos, comunidades y ciudadanos, sino que también fallamos a nuestros niños. Todos ellos tienen derecho a aprender.
Nelson Mandela, ex presidente de Suráfrica, es creador de la Fundación Nelson Mandela y del Fondo Infantil del mismo nombre. Graça Machel, ex ministra de Educación de Mozambique, es fundadora de la Federación para el Desarrollo Comunitario, que da ayudas para la escolarización de las niñas. Ambos dirigen la Iniciativa para el Liderazgo Global, que forma parte del Movimiento Global por los Niños.
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