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LA CRÓNICA
Columna
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Otra manera de hacer política

Resueltas las recientes elecciones primarias en el PSPV, emergía una cierta expectación acerca de cuál sería en lo que resta de legislatura la actitud y estrategia política de Joan Ignasi Pla, secretario general del partido y candidato a la Generalitat. Liberado del mentado incordio y reforzado en su papel, era de esperar que pusiese el énfasis en asuntos de interés general, de los que, en realidad, apenas ha tenido ocasión de ocuparse, abstraído como ha estado poniendo orden entre los suyos y buscando un reconocimiento personal que se le está otorgando con rara renuencia. A toro pasado, quizá deba admitirse que este pulso con Ciprià Ciscar ha sido como una bendición para asentar su liderazgo, despejando las dudas sobre la cohesión del colectivo socialista.

A partir de ahora -y de ahí la aludida expectación- Pla tendrá que demostrar su reiterada proclama de que, con respeto a la del PP gobernante, representa 'otra manera de hacer política'. Claro está que esta suerte de eslogan linda más con el desahogo retórico y el voluntarismo que con la deseable, y acaso imposible, expresión de una alternativa. La verdad es que para muchos de los suyos y del universo de simpatizantes socialistas bastaría con que, simplemente, se aplicase a desarrollar una política que permitiese recuperar la voz y el contrapunto de la oposición mayoritaria sin aguardar resignadamente a que se vaya agrietando -¡y largo me lo fiais!- la consistencia del partido que gobierna la autonomía.

En este sentido hemos de celebrar lo que se nos antoja una lección de realismo: el reencuentro con el presidente Eduardo Zaplana, celebrado el pasado jueves, después de tan largo y mutuo extrañamiento. Por lo pronto, y al margen de los acuerdos que haya decantado la reunión, se ha terminado con una situación que, cuanto menos, había que calificar de ridícula. Ignorarse o evocarse mediante descortesías no es la mejor manera de abordar los problemas que incumben -incluidas sus discrepancias- a los máximos dirigentes de la política valenciana. Que de cara a la galería cada uno gallee a su aire forma parte de la puesta en escena de la democracia y cultivo del electorado. Pero al vecindario y por la misma dignidad de la gestión pública, lo que conviene es que se aborden las causas pendientes, y algunas de todo punto improrrogables.

Entre éstas no figuran, a nuestro entender, la renovación parcial del Consell Valencià de Cultura o el de RTVV. Por lo que a los ciudadanos atañe puede seguir uno y otro como están, pues a la postre se trata de cambiar de caretos y las nóminas sin que ello afecte lo más mínimo a nuestra calidad de vida. No obstante, el que unos capítulos tan subalternos no se hayan solucionado revela el divorcio y hasta la pueril praxis política de los partidos mayoritarios. Otra cosa, que linda con lo culposo, esto es, con la irresponsabilidad, es que por el mutismo, autismo o cálculo de unos y de otros se dejen pudrir desafíos como el de la inseguridad ciudadana, la inmigración (¿para cuándo se piensa dotar y activar la subsecretaría creada al efecto?) o el oprobioso capítulo de la inversión pública en investigación y desarrollo, por no hablar de la recurrente ordenación del territorio. Capítulos todos ellos que requieren un puente expedito entre los líderes de los partidos hegemónicos, en cuyas manos y en buena parte está la solución posible.

Confiemos en que, a falta de otras propuestas y estilos, la novedosa política que Pla postula consista en pechar con estas cuestiones, sobre todo porque su validación como candidato a presidir un día el Consell depende de cómo las formule y defienda. A Zaplana, por su lado, se le ha acabado el pretexto de no tener interlocutor, lo que tenía mucho de cierto, obviamente. Ya lo tiene, y de su misma hornada generacional, lo que acaso lubrique sus relaciones, por más que entre ambos haya una diferencia abisal de talante. Pero eso a los administrados nos importa un comino. Sólo se les requiere para que hagan política, en su más noble sentido. Así pues, reúnanse, hablen, discutan, concierten y mírense a los ojos, aunque de vez en cuando se pongan a caldo desde los periódicos. Un desahogo que a menudo sirve para amenizar el cotarro y sugerir que no son de la misma camada, por mucho que se parezcan en tantos aspectos.

PARADOJA

El profesor Bernat Soria ha decidido quedarse en el País Valenciano, concretamente al frente del Instituto de Bioingeniería de la Universidad Miguel Hernández de Elche. Es una buena noticia, y más si se le dota, como parece, de recursos materiales para desarrollar adecuadamente sus proyectos. Sin embargo, sus investigaciones estelares sobre la diabetes y otras enfermedades las desarrollará en el extranjero. Aquí, como es sabido, el macizo tridentino le impide trabajar con células madre de origen embrionario, lo que significa que el fruto del esfuerzo en esa parcela será recogido en otro país. Por lamentable ética paradójica y medieval.

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