Estudio técnico
Un escalofrío debió de recorrer el martes pasado las nervaduras pétreas de los leones del Congreso: hay una crueldad que traspasa las piedras, su inocencia. Hegel, a quien asistía una razón poética que no es otra que la que consuma pasión y pensamiento, ya lo había escrito: 'Inocentes son sólo las piedras'. En esa estancia prestigiosa de la Carrera de San Jerónimo hay una mayoría absoluta de crueldad que dejó patente el martes la impronta culpable de sus siglas.
Ah, las siglas: con letras mayúsculas, como si tras ellas tuviera que esconderse la vergüenza de las letras pequeñas, se siembra siempre el terror, se reparte injusticia, se impone el daño impunemente, se aplica el más sanguinario de los poderes. PP y PNV rechazaron en el Congreso de los Diputados que el maltrato a los animales se tipifique como delito. Quizá haga falta volver a escribir la frase anterior, letra por letra, literalmente, para que su contenido de horror, su espantosa apología del dolor no pase de largo ante nuestros ojos. Le hace falta a mi repugnancia: PP y PNV rechazaron en el Congreso de los Diputados que el maltrato a los animales se tipifique como delito.
Hay otras siglas y estaban allí, justo es decirlo para que no olvidemos en qué manos están nuestros votos: PSOE, CiU, ERC e IU presentaron unas propuestas que incluían multas, arrestos y penas de cárcel para los maltratadores. Pero allí estaba también Teófilo de Luis, portavoz de los insensibles, para enarbolar la demagogia y condenar el maltrato a los animales pero rechazar su castigo. ¿Eso no es ser el brazo político de los que se arman con palos y escopetas, con jeringuillas y venenos, con muletas y machetes? De Luis alegó que se esperan los resultados de unos estudios que están realizando ciertos técnicos de Agricultura y de Interior. Como a los leones del Congreso, aunque fuera de piedra me recorrería un escalofrío: ¿qué resultados podemos esperar de unos organismos implicados en el delito que se pretende tipificar?, ¿desde cuándo se deja en manos de los cómplices la resolución de un crimen?, ¿es que los populares y sus sospechosos amigos vascos creen que no sabemos que la propia Agricultura maltrata animales en, por poner un solo ejemplo, las granjas de explotación avícola o en los establos de engorde hormonal de vacas y cerdos?, ¿es que creen que no sabemos que el 60% de la tortura por experimentación que se inflige a los animales está destinada a pruebas armamentísticas y de umbral del dolor con fines militares y que cualquier Interior del mundo que disponga de ejército y comercie con armas y negocie con guerras es sujeto del delito que se les pide estudiar técnicamente?
'No todo tiene por qué entrar en los tribunales', arguyó, por su parte, el PNV. ¡Mira quién habla! ¿No tienen que entrar en los tribunales los que mutilaron en vivo las patas de 15 perros en la protectora de animales de Tarragona? ¿A qué clase de aberración moral está acostumbrado quien defiende esa libertad? Preocupa también que la aplicación de una ley estatal supusiera 'una intromisión en la soberanía de los parlamentos autonómicos'. ¿Qué miserable soberanía es esa que no quiere contemplar, venga de donde venga, la aplicación de una ley que evitaría tanto sufrimiento? ¿Es que los parlamentos autonómicos, cualquiera que sea su legitimidad, no están muy por debajo de unos derechos fundamentales no antropocentristas, por encima de cualquier clase de crueldad contra los seres inocentes? ¿Les preocupa que la ley pudiera alcanzar a esas tradiciones populares que tiñen de indignidad sus calles? ¿Es que ese parlamento suyo no sabe bastante ya de sangre? Cuánto se equivoca quien no considera que el respeto a la vida comienza por los más indefensos.
Hasta las piedras se duelen de esa maldad. Porque rodeándoles en ese hemiciclo sin sentimientos están, aunque su ceguera les impida verlos, todos los cachorros doloridos, todos los ratones temblorosos, todos los gatos apaleados, todos los perros ahorcados, todos los toros humillados. Y, aunque su sordera les impida oírlos, sus gritos, sus gemidos, sus aullidos se extienden por la Carrera de San Jerónimo y les envuelven y les persiguen rogándoles compasión. Yo repito ese llanto para que se ensordezcan de culpa. Una culpa técnicamente estudiada.
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