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Columna
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Petrificados

Félix de Azúa

Yo, señoras y señores, habito en tierra sagrada. Si Hölderlin llega a adivinar que su alto vuelo (poético) iba a aterrizar en Barcelona, se habría quedado lelo, o más lelo. Los barceloneses, como los jerosolimitanos, pisamos tierra santa. No sólo, como ellos, vivimos del turismo, del clima bonancible y del lío entre monoteístas, sino que ahora contamos con un Muro de las Lamentaciones. Como dice la jota: 'Barcelona, Barcelona, viene a ser Jerusalén / tiene obispo y toa la chorra/ un pasado, y dos también'.

La cosa empezó cuando un celote le recordó al infiel Castellano que debía una biblioteca desde hacía veinte años. '¡Anda, es verdad!', exclamó el taimado Aznar, y nos disparó un presupuesto. El impacto hizo aflorar unos restos del siglo XVIII en el Born, como cabía esperar de una ciudad que no se ha movido de lugar desde el siglo XVIII, pero (y esto sin duda lo había previsto el aleve Jacobino) lo que afloró eran restos de cuando un rey Felipe laminó Barcelona a bombazos. Al instante, huestes de fieles del siglo XVIII se agitaron para proteger los santos lugares. Medio millar de profesores juraron que aquello era lo mejor para el futuro laboral de sus hijos, y un historiador que dice ser moderno añadió que quien insultara a las piedras insultaba a la Patria. En sus labios, eso quiere decir: '¡A por ellos, que son de Al Fatah!'.

En este momento la ciudad está que arde. Para un monoteísmo, las piedras son un divino ejemplo de vida catalana, antes de que el rufián del Centro estrangulara a la Dulce Neus. Para otro monoteísmo, un montón de placebos historizoides. Y para los de mi (poli)teísmo, un ornamento carísimo, aunque aquí se ve con muy malos ojos exigir control al dinero público. A las piedras hay que ponerles archivos, despachos, almacenes, boutiques, y (¡Dios santo!) más funcionarios. Todo lo cual se financia con dinero de los tres teísmos, y no del mono predominante en el gobierno y en la oposición.

Porque, aunque parezca imposible, en la ciudad sagrada hay un montón de gente que ni es del gobierno ni de la oposición. Y lo que es peor, incomprensiblemente no se han suicidado. En las ciudades santas pasan estas cosas. Por eso vienen tantos turistas. Para ver milagros.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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