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EL GRAN DÍA DE SANT JORDI
Columna
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Chocolate con Le Penen el Pati dels Tarongers

Enric Company

Era Sant Jordi y la promesa electoral tenía que estar a tono con la fiesta. Pasqual Maragall no desaprovechó la ocasión. Anunció que cuando sea presidente seguirá ofreciendo en la Diada de Sant Jordi el multitudinario desayuno de chocolate con bizcochos en el Palau de la Generalitat. El cambio consistirá, explicó, en que él 'le pondría nata'. Por un día no pasa nada con el colesterol, bromeó.

El desayuno en el Pati del Tarongers con el que todos los años comienza la celebración oficial de la Diada de Sant Jordi, patrón de Cataluña, es cada vez más multitudinario. Comienza a las diez de la mañana, pero media hora después aún había ayer cola para entrar. Invita el presidente, que este día celebra su onomástica, en una más de tantas coincidencias felices para él, y todo el mundo le felicita, incluso el líder de la oposición.

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Este amable ritual reúne cada año al Gobierno, los diputados, los altos cargos de la Administración catalana, los miembros de los numerosos consejos, los dirigentes de todos los partidos, representantes de entidades sociales, profesionales, culturales y económicas. Suele haber una representación del Gobierno central. Ayer estaba Juan Carlos Aparicio, ministro de Trabajo. Tiene un hijo del Barça, y eso le hacía particularmente próximo a los asistentes.

El momento álgido del desayuno otros años era el encuentro entre el anfitrión, Pujol, y el líder de la oposición. Ayer fue distinto porque Pujol va de retirada y cede protagonismo a su delfín, Artur Mas. Hubo también, pues, encuentro entre Maragall y Mas, en el que se intercambiaron saludos. Mas se ofreció a regalar a Maragall un ejemplar del libro-entrevista en el que compendia su pensamiento político. Su rival le dijo que sí, a condición de que se lo dedicara.

Aunque por definición la fiesta pretende ser, como dijo el secretario general de Esquerra Republicana (ERC), Josep Lluís Carod, una pausa 'para desconectar de la política y dedicarse a comprar rosas y libros', los dirigentes de la izquierda no podían ocultar el impacto producido por la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia.

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Maragall dio una explicación a su favor. Explicó que hay una sensación de inseguridad que se extiende en el mundo desde los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos y todo lo que ha venido después, como la guerra de Afganistán, el recrudecimiento del choque entre palestinos e israelíes. Y cuando hay inseguridad, afirmó, 'la gente tira a la derecha si hay un gobierno de izquierdas o tira hacia la izquierda si hay un gobierno de derechas'. La consecuencia que extrajo era de cajón: en Cataluña gobierna la derecha y en España también, por lo que puede suceder que en las próximas elecciones tengan un desgaste y ocurra exactamente lo contrario que en Francia. Es decir, que el giro sea a la izquierda.

Pero ni la cordialidad propia de un día de fiesta ni el reconocimiento de que las causas del auge de la extrema derecha de Le Pen en Francia están también presentes en Cataluña impidieron que Mas atacara a los socialistas por exigir responsabilidades al Gobierno de CiU por los casos de presunta corrupción que le afectan. Eso es, dijo, 'un tipo de oposición grosera, al que en Cataluña no estamos acostumbrados y que además, no queremos'.

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