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Reportaje:ARQUITECTOS MUNICIPALES DE BILBAO | ARQUITECTURAS

La construcción de una ciudad

El recorrido por los arquitectos municipales de una ciudad está repleto de luces y sombras, de saltos adelante y pasos atrás que reflejan la vitalidad del entramado urbano, en continua expansión. Son habituales las monografías dedicadas a recorrer la historia arquitectónica de una población, pero pocas se escapan del corsé académico para ser más divulgativas. En este último campo hay que incluir la obra de Elías Mas Serra Arquitectos municipales de Bilbao (Monografías Bidebarrieta), que presenta con comentarios amenos a esas figuras que, a partir del XIX, intervienen decisivamente en la configuración de la villa. Como corresponde a la vida de cualquier tejido urbano, muchas aportaciones pasaron a mejor vida, mientras que otras han permanecido en pie para configurar el Bilbao de hoy.

Mas Serra es el heredero de aquellos pioneros: es director del Gabinete de Arquitectura del Ayuntamiento y responsable, por ejemplo, del paseo de Uribitarte. Ha escrito la obra con rigor, pero también ha dejado espacio a la anécdota o a la reivindicación de sus predecesores en ámbitos poco conocidos. Es el caso de Antonio de Goycoechea, autor de una serie de puentes de cadenas y puentes colgantes, verdadera innovación en aquellos primeros decenios del XIX.

Estos pasos, ya desaparecidos, sobre el Nervión en el barrio de San Francisco o sobre el Cadagua en Burceña tenían un parentesco directo con las aportaciones que se estaban realizando en Inglaterra y EEUU. Tal era el grado de vanguardia de Goycoechea que, años más tarde, aún seguía siendo referencia para la construcción de puentes en el País Vasco. De él ha quedado para la posteridad la Casa de Misericordia, junto a otras aportaciones en el resto de Vizcaya, como los accesos a la Casa de Juntas de Gernika.

Pero los arquitectos municipales no siempre han intervenido con obras de impacto para su ciudad. Como recuerda Mas, los hay que han dejado una huella importantísima a partir de pequeñas decisiones cotidianas. 'Todas las noticias que tenemos de Francisco de Orueta revelan esa labor callada y, sin embargo, singular de un arquitecto que participó en la transformación de Bilbao como villa', explica el autor. Es decir, los tiempos de la ampliación de Bilbao hacia la anteiglesia de Abando.

En aquel momento, Orueta se encarga de acondicionar la ciudad para sus nuevos usos, con intervenciones importantes en el urbanismo. Pero serán otros los que realicen las aportaciones constructivas. En el avance de Bilbao por el Campo de Volantín, Julio de Saracíbar se encargó de los planos de las escuelas de la calle Tívoli (1880), pieza de un claro eclecticismo.

En la nómina no puede faltar Joaquín de Rucoba, quien entre 1893 y 1896 tuvo tiempo de dejar una huella reconocible por cualquier bilbaíno o visitante. Ahí está la casa consistorial, inaugurada en 1892, un brillante ejercicio de arquitectura que sitúa a Bilbao en línea con lo que se estaba aportando en Europa en esos tiempos. Y en su interior, siguiendo la pasión por la recuperación de estilos históricos, también en boga, el Salón Árabe. Entre las obras ajenas al propio consistorio, es imprescindible citar el Teatro Arriaga, para cuya construcción se empleó a fondo, por lo que dimitió como arquitecto municipal.

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Le seguirá en el cargo Edesio de Garamendi. Bilbao es una ciudad pujante, que se extiende por la anteiglesia de Abando a una velocidad considerable. Los vecinos solicitaron al Ayuntamiento que les construyera un mercado, tarea que fue encargada a Garamendi, aunque el retraso hizo que también participaran en la obra Moraza y Bastida. El edificio original desapareció, pero de este arquitecto aún se conservan las escuelas de la calle General Concha, uno de los grupos escolares emblemáticos de Bilbao, junto con las Escuelas Indautxu, obra de Ricardo Bastida.

Había que ir resolviendo las necesidades de una urbe que crecía de manera descontrolada. Imprescindible era también la atención sanitaria. Aquí interviene la figura de Enrique Epalza, miembro de esa generación de arquitectos que alcanzará su plenitud profesional con el inicio del XX. Su aportación será el Hospital Civil de Basurto, obra puntera en la arquitectura de Bilbao que sigue las corrientes de la época de diseño en pabellones.

Aunque en los últimos años, el departamento municipal de arquitectura ha tenido un papel más secundario, durante buena parte del siglo pasado era imprescindible en la configuración de la ciudad. El caso más interesante de toda la nómina del XX (donde hay que citar a Raimundo Beraza, Ricardo Bastida o Estanislao Segurola) es Pedro Ispizua. Nacido en 1895 en Bermeo, su huella se encuentra en cualquier paseo por la villa bilbaína. Lo mismo que introdujo los edificios municipales en el lenguaje del Movimiento Moderno (sus reconocidas escuelas de Luis Briñas, en Santutxu), empleó los materiales más avanzados en el momento, lo que le permitió levantar obras estimables para la época como el mercado de la Ribera o el quiosco del Arenal. Y no hay que olvidar su aportación al paisajismo con los Jardines de Albia.

APUNTES

El libro de Elías Mas Serra no se olvida de quienes, desde su humildad de maestros de obra, también ayudaron en la configuración de la ciudad. Es el caso de Domingo Fort, autor de un puñado de edificios en el Casco Viejo.

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