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ELECCIONES EN FRANCIA

Una alta abstención amenaza la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas

Sólo un 54% de los votantes se ha mostrado interesado en la campaña para el Elíseo

Cuarenta millones de franceses acudirán mañana a las urnas para elegir un nuevo presidente. Nunca habían tenido ante sí tantos candidatos (16) pero también nunca la opinión pública se había declarado tan poco interesada (un 54%) por la campaña. Esa falta de interés se contradice o complementa con el 60% que dice 'creer en la política' para mejorar las cosas y con una participación numerosa en los mítines de los dos candidatos favoritos, los tres trotskistas, los dos ecologistas, los dos de extrema derecha, el centrista, el liberal, el comunista, el soberanista antieuropeo o el defensor de los cazadores.

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El escaso entusiasmo de los franceses se explica por diversas razones: porque los dos favoritos ya fueron los candidatos que alcanzaron la segunda vuelta en 1995; porque el contexto internacional (atentados del 11 de septiembre, guerra en Afganistán, guerra en Oriente Próximo) relativiza la importancia de los comicios franceses; porque ha progresado la conciencia de que la política gala depende del engranaje comunitario, y, sobre todo, porque el presidente saliente, el gaullista Jacques Chirac, y el hasta hora primer ministro, el socialista Lionel Jospin, han gobernado juntos durante los últimos cinco años. Una cohabitación tan larga y con tan escasos enfrentamientos ha tendido a borrar las diferencias entre los dos rivales.

Jospin y Chirac, también conocidos como Chirospin o Jospirac, han sido presentados por sus otros 14 contrincantes como uno y lo mismo, como los candidatos del sistema. Chirac, además, aparece como alguien muy poco creíble -no respetó ninguna de las promesas con que ganó en 1995- y acosado por múltiples casos de corrupción; Jospin, precisamente por haber respetado sus compromisos de 1997 -las 35 horas, la creación de miles de empleos para jóvenes, por ejemplo-, da la sensación de no tener otro programa que el de su honradez como gestor.

Los demás candidatos han aprovechado el rechazo o escasa adhesión que suscitan los favoritos para arañar intenciones de voto. Le Pen sueña con igualar su 15% de 1995; la trotskista Arlette Laguiller confía en superar ampliamente el 7% y convertirse en eje de una fuerza de extrema izquierda, que también incluiría al cartero Olivier Besancenot, no menos trotskista, y que parece capaz de seducir entre el 3% y el 4% del electorado. El globo soberanista de Jean-Pierre Chevènement ha pinchado y los sondeos le sitúan ahora alrededor del 7%, muy lejos, pues, del 14% que se le atribuía el pasado mes de septiembre.

Los ecologistas oficiales de Noël Mamère especulan con superar a un Partido Comunista Francés (PCF) que, de no alcanzar el 5%, podría entrar en crisis de liquidación y derribo. Los Verdes quisieran ser la segunda fuerza de la coalición gubernamental para hacerse escuchar, especialmente en lo que se refiere a su oposición al entusiasmo pronuclear de los socialistas.

El paisaje político que salga de estas elecciones puede ser muy distinto en la izquierda: Chevènement casi ha quemado los barcos y nadie sabe para qué; los comunistas dan boqueadas y sólo resisten si los socialistas les ceden circunscripciones fáciles; los propios socialistas deberán buscarse un líder si Jospin no gana, pero aún más entre la derecha. La veleta Chirac parece fatigada de dar tantos giros: antieuropeísta en los setenta, ultraliberal en los ochenta, social en los noventa, sin dirección ahora.

Su único tema es denunciar el auge de la inseguridad. El panorama que le rodea es casi un campo de ruinas, pues para poder gobernar ha quemado a todos los que podían suponer una alternativa: Séguin, Juppé, Pasqua, Balladur o Sarkozy han sido sacrificados en el altar del chiraquismo.

El liberal Alain Madelin y el democratacristiano François Bayrou tienen poco peso aún, pero este último, si lograse obtener más allá del 9% de los votos, se erigiría casi en sucesor obligado del chiraquismo, modificando así el equilibrio en el interior de la derecha, ahora muy escorada hacia un gaullismo que nunca habla de De Gaulle.

Queda, claro, la incógnita de la abstención. Se teme que será alta, del orden del 30%, frente al 20% de 1995, pero es muy difícil sacar conclusiones de ello: con la introducción del mandato de cinco años la presidencia ha perdido atractivo, las elecciones se celebran en periodo de vacaciones escolares y la judialización de la política que vive la sociedad francesa tiende a desacreditar a aquélla y a ocupar la plaza que correspondería al debate de ideas.

Jacques Chirac, en su mitin de cierre de campaña, el jueves en Lille.
Jacques Chirac, en su mitin de cierre de campaña, el jueves en Lille.DANIEL MORDZINSKI

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