Entre el alma y la historia
Para un discípulo de mi calaña, la aparición de una nueva traducción de Singer al español representa una inmensa alegría, pero también un dejo de malsana tristeza. Me gustaba poseer en mi biblioteca argentina algunos libros del maestro que consideraba incunables: todos los volúmenes que aún no habían sido traducidos a mi lengua y que conseguí comprando por Internet, en la mayoría de los casos usados. Pero superado el egoísmo, la divulgación de Amor y exilio, la trilogía autobiográfica de Isaac Bashevis Singer, es una noticia maravillosa para los lectores hispanoparlantes. En su habitual prosa prístina, acelerada y salpicada, Singer utiliza fragmentos de su vida para narrar uno de los mejores testimonios de un judío perdido en el periodo de entreguerras, entre Polonia y Estados Unidos, con una breve escala en París.
AMOR Y EXILIO
Isaac Bashevis Singer Traducción de Rhoda Henelde Abecassis y Jacob Abecassis Ediciones B. Barcelona, 2002 431 páginas. 17,99 euros
Pocas veces tenemos un acceso tan ameno y brillante al punto de encuentro entre la Historia y la historia de un hombre
Como dice en la nota de autor,
ninguna autobiografía puede por sí misma convertirse en un texto literario atractivo -y Singer sentía pasión por entretener al lector-, de modo que hace falta retorcerla hasta que dé su nota. Al respecto, a Singer se le va la mano: como reconoció más tarde, en esta autobiografía oculta la fecha de nacimiento de su hijo, al que abandonó cuando tenía cinco años. (Es interesante leer el recuento del hijo, Israel Singer, criado finalmente en un kibutz israelí, en su libro Journey to my father -otro de mis supuestos incunables-). Pero lo que nos importa de Amor y exilio no son los falseamientos a favor de la literatura o de la mala conciencia, sino el texto en sí mismo, que es a un tiempo una novela arrasadora y una memoria llena de verdad. Junto con Mi último suspiro, de Luis Buñuel, y Yo necesito amor, de Klaus Kinski, Amor y exilio ocupa el lugar de los testimonios imprescindibles del siglo XX: no por su capacidad abarcativa, sino por el entrelazamiento entre el siglo apenas pasado (que fue también el nuestro) y el alma humana. Y, esencialmente, por su despliegue literario y su desconcertante modo de invitarnos al conocimiento.
La compasión y el descrédito que Singer experimenta frente a los sucesos humanos aparecen en este libro sin el consuelo de la ficción explícita y podríamos categorizar su resultado reflexivo con el título de uno de sus cuentos: No deposito mi confianza en hombre alguno.
Las historias de amor de Isaac Bashevis Singer que campean en este libro no son eróticas ni románticas, sino canciones desesperadas y elegiacas. Es imposible intentar reproducirlas con elogios sin sonar patético o cursi: no hay más remedio que recomendar leerlas. Las primeras páginas, dedicadas a su infancia, mantienen el tono y la excelencia de los libros de memorias que dedicó específicamente a esa etapa de su vida, En la corte de mi padre o Kromchalna 10, traducido al español hace ya muchos años, y More stories from my father court, que espero que la editorial Debate ponga en las librerías cuanto antes. Este nieto e hijo de rabinos duda de las órdenes de Dios, pero no de Su existencia, siente conmiseración por el hombre, pero ensalza la sacralidad de la vida humana; se contrabandea por la vida y encuentra en las mujeres el único subterfugio de antídoto porque, como Kinski, necesita amor y el aburrimiento puede matarlo. Pocas veces tenemos un acceso tan ameno y brillante al punto de encuentro entre la Historia y la historia de un hombre.
La pintura de esa Norteamérica acogedora -para los que lograron llegar a ella-, que comenzaba a salir de su peor depresión económica y se aprestaba a entrar en la más épica de sus guerras, es un bálsamo en contraste con el desastre de la Polonia que abandonaba, destrozada por crisis previas y a punto de convertirse en una gigantesca redada de muerte a manos de los hitlerianos. Singer es siempre un turista accidental y sus guías de las ciudades, como las del personaje de aquel título, son siempre imperdibles. Varsovia, París y Nueva York son otras ciudades y las mismas, inventadas y reales, cuando las leemos a través de los ojos del mago de la calle Brodway número 86, el sitio donde ahora aparece el bulevar que lleva su nombre.
En la novela Shosha, el álter
ego de Singer dice que fue educado en tres lenguas muertas: el hebreo, el arameo y el yídish. Como todos sus textos, Amor y exilio fue escrito en yídish, idioma al cual, con su sola pluma, resucitó magistralmente. Aunque las fechas que suelen consignar las bibliografías de Singer son las de la primera traducción de cada libro al inglés, la mayoría de ellos fue publicado inicialmente, por capítulos, en el Forward, el diario yídish de Nueva York. También Amor y exilio, escrito en los años setenta, en tres series: Un niño en busca de Dios, Un joven en busca del amor y Perdido en América.
La autobiografía de Isaac Bashevis Singer puede leerse en las peripecias del álter ego que con distintos nombres protagoniza muchas de sus novelas: Enemigos, una historia de amor (1972), Shosha (1978), El mago de Lublin (1960), El certificado (1967), y libros de cuentos: La imagen (1985), Passions (1975), A crown of feathers (1973), Un amigo de Kafka (1970). Incluso en novelas históricas como El esclavo (1962) o El rey de los campos (1988). Esto no hace menos imprescindible la lectura de sus relatos autobiográficos inmediatos, como En la corte de mi padre, o este Amor y exilio: un recorrido folletinesco por la vida de este hombre que nació en Polonia en 1904, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1978 y vivió hasta el 1991 en Estados Unidos.
Singer amó profundamente al moderno Estado de Israel -donde renació el hebreo-, y a las lenguas en las que se crió deberíamos sumarle el inglés de su madurez. En su vida errante, entre lenguas, países y amores, en su contradicción eterna entre lo profano y lo sagrado, Singer puede estar tranquilo de haber encontrado, finalmente, un sitio seguro: la memoria de sus lectores.
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