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Columna
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La derecha cómplice

Porque es expeditivo y, sobre todo, efectista, solemos mezclar churras con merinas cuando nos referimos a la derecha o izquierda política, como si estos colectivos fuesen el producto único de su respectivo troquel. Y no es así, obviamente. En cada uno de tales universos ideológicos cohabitan matices y aún diferencias notables, algunas de las cuales, de uno y otro lado, suelen converger hasta confundirse en esa tierra de nadie, tan solicitada, que es el centro. En la derecha valenciana, pues de ella nos ocupamos, se suele poner mucho énfasis en esta observación, por lo demás elemental, para subrayar su propia evolución en el sentido progresivo y cívico, hasta el punto de que, a su entender, es ya meramente residual la componente atávica o asilvestrada que todavía se prolonga en sus entretelas.

Pienso yo que, si no nos complacemos en el maniqueísmo, ese diagnóstico es válido en líneas generales. Esta derecha, digo a modo ilustrativo, no se le parece apenas a la que protagonizó la batalla de Valencia u otros episodios no tan lejanos y de penosa recordación. Ha cambiado buena parte de los protagonistas, su talante y, especialmente, las circunstancias. Sin embargo, y muy a pesar del segmento más avanzado y liberal del frente conservador indígena, siguen perpetuándose actitudes y errores que nos conminan a cuestionar la mejora de la especie o, cuanto menos, a preguntarnos por el peso específico e influencia que tiene este sector supuestamente mayoritario de la nueva derecha.

La reflexión viene a propósito de la arbitraria, y por ende estúpida, denegación, por segundo año consecutivo, de la plaza de toros de la capital para la celebración de los actos conmemorativos del 25 de Abril organizados por Acció Cultural del País Valencià. Por lo visto, el presidente de la mentada corporación provincia, Fernando Giner, ha convertido este veto en una bandera de su gestión, sin duda celebrada por el macizo reaccionario que le alienta. Y en realidad no ha de chocarnos esta obstinación, habida cuenta del perfil biográfico del personaje, poco o nada proclive a diluir sus manías y acomodarse al breviario centrista del partido en el que milita. Sólo nos faltaría descubrir que está ahí y procede así porque es eso lo que se espera de él.

Lo que ciertamente nos choca es que desde el mismo seno de su partido, el PP, no surjan voces cualificadas que se opongan al reiterado desmán convertido en error político por el descrédito que vierte sobre el palmarés democrático de esa formación. Que esas voces, de la llamada nueva derecha que se quiere europea y ajena a su triste pasado, no impongan o cuanto menos manifiesten sus criterios, más próximos a la convivencia y al diálogo que al desplante autocrático, un tanto achulado. Su silencio, que no su discrepancia personal, que en no pocos casos nos consta, contribuye a que se les tenga por cómplices, por amedrentados o cautivos del cargo o prebenda que usufructúan. En definitiva, y por más que les mortifique, a que se les inscriba en el magma plano y autoritario de la derecha tradicional. Y que no se les ocurra pretextar los riesgos del vandalismo, tal cual hace el referido presidente, que son irrisorios a la luz del fraude democrático que significa cerrarle el coso a esta fiesta. Derecha, en fin.

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