El renacer de la vida
Mi carnet de identidad dice que 'me nacieron en Madrid', pero, sin tener nada en contra de la capital de España, me siento sobre todo andaluza y, por razones que no son del caso, tenía que haber nacido en el pueblo más bonito de Andalucía que se llama Montoro y está en la provincia de Córdoba, pero a estas alturas de mi vida hoy soy sevillana por decisión personal y política y porque todo lo que quiero está en esta ciudad.
Con esta introducción, que puede que no venga a cuento, quiero decir que yo llegué a esta ciudad cuando ya era una persona adulta y mis sensaciones para con ella son producto, en cierta medida, de la razón y no solo del corazón. Conocí la feria de Sevilla por primera vez siendo ya casi mayor de edad y me impresionó enormemente. En aquella época la feria se celebraba en el Prado de San Sebastián y yo vivía en el barrio del Porvenir y estudiaba en la Facultad de Derecho, antigua fábrica de tabacos. La feria estaba en el centro físico de mi vida y cuando la vi por primera vez pensé que todo aquello que me rodeaba era un sueño; la había visto hacerse, montarse poco a poco y ya me gustaba, pero la impresión que me produjo cuando la vi funcionando el primer martes de feria es difícil de contarse: sencillamente me pareció que en la ciudad en la que vivía se había producido algo mágico.
Desde entonces, y ya han pasado muchos años, me gusta mucho la feria aunque me resulte extraño explicarlo. Cuando algo te gusta es verdad que no es fácil racionalizar lo que se siente se siente y solo los poetas pueden expresarlo. Yo sé que la feria tiene, como casi todo, algunos detractores. A Sevilla le gustan en exceso los enfrentamientos, las comparaciones casi imposibles, tener que optar. Los sevillanos tienen que ser de una cosa y estar en contra de otra y comparar, por ejemplo, la Semana Santa con la Feria o preguntar ¿y tú de quien eres?, aunque luego la realidad se imponga y la ciudad demuestre, como la vida misma, que hay un momento para cada cosa.
La feria es una exaltación de la hospitalidad y de la alegría; en la feria salimos de nuestras casas de todos los días para compartir la vida con otras personas; las casetas son pequeñas casas colectivas que ofrecemos a los demás y en estas efímeras casas de lona recibimos durante siete días a los que vienen a visitarnos o vamos a otras casetas a que nos reciban; estos son valores de la feria que hay que destacar: la perdida de una parte de nuestra individualidad en aras de una hospitalidad que en otros momentos es menos frecuente; como consecuencia de ello se convive más colectivamente y somos más generosos; vemos a gente que no frecuentamos en todo el año y así vamos teniendo amigos de feria, vecinos de feria y nos alegramos con ellos; otro valor de la feria es, precisamente, su alegría.
Algunos dirán que esto puede ser una parte de la verdad, pero que solo es privilegio de unos pocos, que la feria es clasista y las casetas lo son aún más, pues no todo el que quiere puede tener una y también es cierto, porque nada es, desgraciadamente, en la sociedad en la que vivimos, totalmente igualitario; las diferencias de sexo, raza y religión existen a pesar del artículo 14 de la Constitución, y las desigualdades económicas aún más, por eso hay que seguir peleando para que la igualdad sea real en todos los aspectos de la vida, y la feria es vida y por eso es desigual. Pero también se transforma con el tiempo, como todo y hoy es más democrática e igualitaria que antes y más lo será mañana; no hay casetas para todos, pero está la calle que es de todos y para todos y también en ella se baila, se ríe y se comparte lo que se tiene, que es mucho. Es fácil hacer demagogia con el clasismo de la feria y además injusto.
Y, por último, aunque hay otras muchas cosas que decir de ella, solo citaré la belleza y el colorido del paseo de caballos y diré algo del traje de flamenca. Muy pocas son las mujeres que no se visten de gitana, sea cual sea su edad, condición social o aspecto físico; antes, las mujeres de cierta edad, pongamos que de 25 años para arriba, no se vestían de volantes, hoy nos vestimos todas, mayores y pequeñas y nos sentimos muy bien, disfrazadas, pero guapas; mucha gente dice que la feria es una fiesta de mujeres y probablemente tiene también algo de eso; durante la feria las mujeres somos muy protagonistas, en el traje y en el baile; en las sevillanas mandan las mujeres y el hombre acompaña y esto es lo que más me interesa: durante la feria hombres y mujeres compartimos la vida, la mejor parte de la vida que es la que recibe a la primavera y se solaza con los valores de la alegría, la solidaridad y el renacer a la vida. Que no es poco.
Amparo Rubiales es vicepresidenta del Congreso y Diputada por Sevilla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.