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Una ley necesaria para el libro valenciano

Cualquiera que estudie atentamente la situación actual de la cultura del libro en la Comunidad Valencia estará en condiciones de elaborar un diagnóstico cuyos elementos, en mi opinión, no pueden ser muy diferentes de los que ahora resumo.

Ante todo, nuestra industria se ha profesionalizado de manera irreversible. La calidad de la impresión, del diseño, de toda la compleja artesanía del libro valenciano es, sin duda, reconocida y valorada desde antiguo. Ahora, convenientemente modernizada, otorga al libro valenciano una dignidad equiparable al mejor estándar español. Pero a ello se añade el alto nivel de los contenidos, que permite a nuestra industria atender a las necesidades de la población tanto en el ámbito educativo, como en el literario o en el de la divulgación.

Además, las editoriales valencianas han ido encontrando su ámbito de especialización, aquella zona de interés en la que son competitivas en el resto del mercado español por su originalidad, por su coherencia, por su valor. Cada vez resulta más frecuente que autores valencianos compartan sus trabajos en las editoriales valencianas y en las del resto de España, como prueba de la clara equiparación que se va produciendo en este campo. En suma, y más allá de la estabilidad del número de títulos que nuestra industria pone en el mercado, estamos ante un sector que produce cada vez con más criterio, racionalidad y éxito.

Sin embargo, este importante dinamismo de la actividad editorial no ha sido acompañado por un proceso de cristalización social que facilite el reconocimiento del libro del valenciano por parte de nuestra ciudadanía. Aquel dinamismo en cierto modo se refracta en editoriales, colecciones y títulos que de manera anónima van ganando el favor del público, pero sin que la sociedad en general tenga noticia clara de que, a la hora de elegir literatura, el libro de editorial y autor, de ilustrador y de diseñador valencianos debe significar desde el principio una garantía de que sus preferencias serán atendidas. El libro valenciano padece, por tanto, un desequilibrio entre el dinamismo de su vida interna y la debilidad de su reconocimiento social.

Esta falta de autoconciencia obedece a déficits claros de estructura, de vertebración y de organización del mundo del libro. Aquí, una vez más, contamos con asociaciones sectoriales, algunas de las cuales han alcanzado un buen nivel de eficacia, pero no con instituciones horizontales donde las interrelaciones propias de un sector tan interdependiente puedan identificarse y regularse.

La situación que intento describir produce finalmente un déficit de visibilidad del libro valenciano, en su sentido más general. Los mayores gastos promocionales que son propios de una industria cada vez más capitalizada no siempre obtienen por ello el rendimiento adecuado en este último momento de la vida del libro y, quizás, el más decisivo, aquel en el que sale al encuentro de lectores.

La Generalitat Valenciana ha sabido identificar el dinamismo de este sector quizás antes de que lo haya percibido la sociedad. Por eso, a lo largo de esta legislatura ha transformado de manera radical su línea de ayudas y apoya al sector con decisión, desde el diálogo sincero y el respeto recíproco. Pero para superar los déficits de reconocimiento y de visibilidad que padece el libro valenciano no bastaba con ello.

Era preciso lanzar un claro mensaje a la sociedad de la necesidad de apoyar este sector, en su compleja pluralidad, sin el cual no puede existir un pueblo culto. Era necesario además dotar a todo el sector de estructuras horizontales de diálogo estables y representativas, que mejoren y actualicen de forma continua nuestros diagnósticos y colaboren a la hora de establecer nuestras políticas. Era esencial vincular una actividad básica, la editorial, sin la que no podemos ser un pueblo creativo, con los demás agentes sin los que el libro no puede vivir y llegar al público buscado: los distribuidores, los libreros, los ilustradores, los autores, los bibliotecarios y las escuelas.

Era indispensable hacer todo esto para sistematizar y dar el mayor efecto social posible a las políticas que, como pueblo que tiene su lengua propia, tenemos la obligación de impulsar para garantizar la dignidad y el prestigio literarios del valenciano, su fomento y su implantación creciente entre nosotros. Por eso era necesaria esta Ley del Libro que ha impulsado el Gobierno de Eduardo Zaplana y que hoy comenzamos a debatir en las Cortes Valencianas. Una ley bien pensada, asentada en diagnósticos acertados y experimentados, consensuada con los agentes sociales y clave para nuestro futuro cultural como pueblo.

David Serra es diputado autonómico y portavoz de Cultura del Grupo Popular.

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