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Columna
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Instituciones

La semana pasada, el presidente de la Generalitat hizo dos incursiones públicas en territorio hostil convenientemente arropado por su equipo de gobierno. En Elche, ciudad de sólida hegemonía socialista, donde reunió al Consell, prometió no sé cuántas cosas, anunció de forma confusa un segundo hospital, ensayó un zarpazo sobre la gestión del Palmeral y profetizó virtuales paradas del futuro tren de alta velocidad. Lo hizo sin la más mínima cortesía hacia una alcaldía 'contra' la cual formulaba precisamente todas esas buenas intenciones. En la Universidad de Valencia fue un poco más sutil. Allí ofreció una nueva etapa de 'consenso y diálogo' al nuevo rector, Francisco Tomás, e hizo alarde de una cortesía gélida, que era todo un reproche, hacia su predecesor, Pedro Ruiz Torres. Otro de los rectores presentes en la ceremonia, Salvador Ordóñez, de Alicante, sabe lo que el gesto puede significar. A él también le ofreció una nueva etapa, tras la borrascosa batalla por la segregación de la Universidad Miguel Hernández y el bloqueo del Medpark, y no tardó ni un mes en sentir la presión del PP y de sus medios afines, que reclamaban la cabeza de Andrés Pedreño, su rebelde antencesor. Sabe Eduardo Zaplana que en la mayoría valencianista y de izquierdas de la Universidad de Valencia se ha abierto alguna grieta, tras unas elecciones en las que Tomás tuvo enfrente a otro candidato progresista, Josep Lluís Barona, que cosechó un apoyo nada marginal. Él espera contribuir a que se ensanche la fractura para obtener frutos de la división en un periodo de reajuste y de provisionalidad como el que ha abierto la LOU. Calcula mal porque minusvalora la coherencia y el sentido de la responsabilidad de Tomás y de Barona, pero esa es otra cuestión. El hecho llamativo es el uso de la institución. Sostiene Zaplana una concepción tan instrumental del poder que incluso en sus perfiles más rituales de relación con otras instituciones (como el Ayuntamiento de Elche o la Universidad) la Generalitat transparenta unos intereses y unas motivaciones discrecionales que propician la depauperación de una vida pública sumida en un estado permanente de celo electoral.

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