¡Qué lata de jugadores de fútbol!
La Universidad Rey Juan Carlos organiza un partido entre robots para animar una jornada de puertas abiertas
Un puñado de robots sin piernas ni nombres disputó ayer un partido de fútbol en la Universidad Rey Juan Carlos, en el campus de Móstoles. No brillaron a la altura de Raúl o Rivaldo, pero demostraron un poderío táctico que mantuvo en vilo al joven público asistente. Las máquinas, procedentes de la Universidad de Girona, sudaron la camiseta (círculos de distintos colores en la parte superior) en un encuentro en el que no faltaron los penaltis, los fuera de juego, las lesiones ni el público enfervorizado.
El gentío bramó, por ejemplo, cuando uno de los futbolistas de lata (una caja negra con el círculo-camiseta amarillo) perdió la rueda a causa de una entrada brutal de un contrincante con el círculo verde, que se desentendió de la bola (una pelota de golf de color naranja). La sustitución del averiado fue inmediata. 'Cuando estamos en medio del encuentro cambiamos al jugador lesionado por otro del banquillo, porque la reparación puede llevarnos mucho tiempo', ilustró a los aficionados el profesor de la Universidad de Girona, Josep Antoni Ramón.
Aunque en Móstoles fueran enemigos, en realidad todos los jugadores de metal que ayer jugaron pertenecen al mismo equipo, el Rogi Team (de Robots Girona Team). Es el único de estas características que existe en España y ya se ha medido con los conjuntos más poderosos del planeta. 'El año pasado quedamos octavos entre los 24 equipos que participaron en una competición en Seattle', se jactó Ramón.
La mayoría del público de ayer desconocía que los robots celebran mundiales de fútbol, 'como los equipos de carne y hueso', y que coinciden con la gran competición oficial del balón. De modo que este año el Rogi Team tiene una importante cita en Japón; entonces sacará a la cancha cinco jugadores, en vez de los tres por equipo de ayer, pues era una simple exhibición. 'Los rivales más fuertes suelen variar según los años: hace dos era Alemania, en 2001 fue Singapur y en 1996, cuando empezamos a competir, era Haití', rememora el profesor e investigador.
Los estudiantes de colegios e institutos mostoleños que visitaron ayer el campus local de la Rey Juan Carlos, dentro de la jornada de puertas abiertas organizada por la Universidad, se quedaron boquiabiertos ante la pericia de los robots en el terreno de juego, bastante más pequeño que el Bernabéu o el Nou Camp: tan solo mide tres metros de largo por uno y medio de ancho. Josep Antoni Ramón no se resistió y destripó el secreto de tanta agilidad de metal. 'Los robots tienen un punto de colores en su parte superior', introdujo. Y señalando a una cámara cenital continuó: 'Esta cámara capta los colores, envía la información al ordenador de control que hay sobre la mesa y éste transmite a cada jugador lo que tiene que hacer y puede dar hasta diez órdenes por segundo', remató.
Claro que, a esas alturas, los jóvenes prestaban escasa atención al profesor porque en el campo de fútbol en miniatura uno de los jugadores mostró más energía que el resto y envió la pelota fuera del terreno de juego. 'Siempre hay una máquina que juega mejor que las demás, aunque todas están fabricadas igual. Es pura casuística', comentó el profesor. 'Recuerdo que uno de los primeros robots que construimos en 1996 metía muchos goles y acabamos llamándole Ronaldo; a éste que acaba de lanzar el balón fuera le podríamos llamar Figo, por ejemplo', sugirió.
La idea de construir robots que jueguen al fútbol no es 'estrambótica', según este investigador, como tampoco lo es conseguir que un equipo de humanoides dispute un partido de fútbol contra un Real Madrid o un Barcelona de jugadores humanos. Eso sí, tendrán que pasar unos cuantos años todavía para contemplar la escena. 'Hace poco, parecía una idea loca que una máquina pudiese jugar al ajedrez y ahora tenemos una que vence incluso al campeón del mundo Kasparov', recalcó Ramón. A su lado asentía Vicente Matellán, profesor titular de grupo de Sistemas y Comunicaciones de la Universidad Rey Juan Carlos, que también está construyendo robots para jugar al fútbol. 'No se trata de construir máquinas para que chuten una pelota, sino de investigar en robótica e inteligencia artificial, crear campos de prueba donde se puedan demostrar los avances', orientó.
En esta universidad pública sureña, en concreto, hay tres profesores que investigan sobre esta materia, un número muy reducido en comparación con los 15 de la delegación catalana. Pero no se resignan y, de hecho, en la Rey Juan Carlos ya han fabricado unos robots con algunas diferencias con respecto a los catalanes: cada ejemplar de lata tiene una cámara incorporada, en vez de depender de la cámara cenital para todo el equipo; asimismo, disponen de una antena de radio para comunicarse entre ellos en lugar de que las órdenes pasen por un ordenador de control; cuentan con una rampa delantera para golpear la pelota y llevan un visor donde aparecen las imágenes de cada jugada, en blanco y negro. Son más avanzados en el diseño, pero, de momento, no en efectividad. El gran desafío de los investigadores de esta materia en todo el mundo estriba en conseguir robots con aspecto humano. 'Sólo hay unos pocos en Japón, pero ese proyecto está aún en mantillas en el resto del mundo', afirmó Matellán.
Un estudiante contra la máquina
Tras un descanso en el partido entre máquinas, los anfitriones ofrecieron al público la opción de jugar contra un robot. Sin dudarlo, el estudiante de ingeniería informática de sistemas Rubén Sevilla se ofreció voluntario: él dirigió un robot con un mando a distancia y jugó contra otro controlado por el ordenador a través de la cámara cenital. A los pocos segundos, el joven se hizo un lío con el mando y marcó un gol en su propia portería (0-1). Un murmullo de expectación prendió entre los aficionados y una incógnita: ¿y si la máquina vencía a Rubén? No fue así. El joven dominó pronto el mando y ganó al robot (2-1) y dijo al cabo del encuentro: 'No ha sido complicado ganarle, aunque reconozco que mi táctica ha sido un poco sucia porque, cuando yo estaba cerca de la pelota, chutaba, mientras que, cuando la tenía el contrario, yo chocaba contra él para desplazarle', reconoció. El futuro ingeniero admitió que su afición a los videojuegos le había ayudado bastante. 'Manejo bien el joystick (mando)', afirmó. Acto seguido, rindió pleitesía a 'la perfección' de las máquinas: 'Nosotros tenemos una asignatura en la que tenemos que hacer que latas adquieran movimiento, y es complicado, imagínate lo que debe de ser con éstos, que reaccionan enseguida y parece que piensan'.
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