Palestina: la excusa antisemita
Una puede entender que los Jamal que habitan por estos lares tengan una visión maniquea del conflicto de Oriente Próximo. Sin duda, ser musulmán o judío, y especialmente ser palestino o israelí, graba a fuego la mirada con que se mira la trágica historia de un pedazo de tierra que no llega a los 22.000 kilómetros cuadrados. Resulta más difícil, en cambio, analizar las causas del delirante sectarismo de la opinión y... la información que, al respecto, se da en Cataluña. Y quien dice Cataluña dice España. Más allá de las implicaciones biográfico-sentimentales de una Maruja Torres, comprensibles por genuinas, es necesario preguntarse los motivos de esta especie de pensamiento único, militante y visceral, que recorre la espina dorsal de la opinión catalana. Pensamiento de tal inflexibilidad que, como denunciaba Carmen Rigalt, obliga a cualquiera que piense distinto a un largo introito de exculpaciones públicas: los palestinos tienen derecho a un Estado, Sharon nos parece abominable, la ocupación militar es indefendible; incluso, como dice Garzón, una democracia que pisa derechos fundamentales pierde su legitimidad democrática. A diferencia de la opinión propalestina, que puede permitirse cualquier aberración dialéctica -como la que cometen los aprendices de Saramago en su odiosa comparación de un conflicto bélico con el holocausto nazi -¡qué lástima ver a un buen escritor convertido en un mero sectario!-, a diferencia, pues, de la impunidad con que el pensamiento pro-palestino puede arremeter contra todo, contra los matices, las causas, los miles de pedazos de verdad que hay de ese espejo roto que es la verdad del conflicto, cualquier reflexión más heterodoxa necesita decenas de escudos protectores para osar expresarse. Es cierto que la irresponsabilidad de Sharon, como señala Ehud Barak, ha dejado bajo mínimos el bagaje moral de Israel ante el mundo. Pero no lo es menos que la reiterada irresponsabilidad de Arafat también deslegitima moralmente la causa palestina. Amos Oz, que quiero pensar que no es considerado sospechoso de nada -excepto para quienes consideran sospechoso a cualquier judío-, lo escribía hace poco en estos términos: 'En esta región han estallado dos guerras entre palestinos e israelíes. Una es la de la nación palestina para liberarse de la ocupación y por el derecho a ser un Estado. Cualquier persona decente debe apoyar esta causa. La segunda guerra es la que libra el islam fanático, desde Irán hasta Gaza y desde el Líbano hasta Ramala, para destruir Israel y expulsar a los judíos. Cualquier persona decente debe aborrecer esta causa. Arafat y sus hombres llevan a cabo ambas guerras al mismo tiempo'.
Sharon y Arafat, dos viejos enemigos, sobrecargados de biografía y de sangre, igualmente ciegos. '¡Qué detestable la situación que ambos han creado para sus pueblos!', escribe el escritor David Grossman desde 'el frente de batalla', un café céntrico en una calle céntrica del que es el único cliente... Para ellos la frase que Kissinger dedicó al conflicto Irán-Irak: 'Los dos merecen perder la guerra'.
Sin embargo, ¿por qué motivo es casi imposible repartir culpas e incluso señalar las graves irresponsabilidades del lado palestino? ¿Cómo puede ser que alguien lúcido como Joan Saura, mientras señala a Sharon con su dedo acusador, no diga nada del entrenamiento de niños para convertirlos en suicidas, del dinero árabe que financia el terrorismo, de las implicaciones geopolíticas de la zona?, ¿se puede hablar de intervención norteamericana y obviar la saudí, la siria, la iraquí...?, ¿se puede entender el sectarismo informativo de una televisión pública como TV-3? Me pregunto dónde está esa lucha por la independencia de criterio profesional que tanto ha encabezado, por ejemplo, Carles Francino y tan dinamitada queda cuando su Telenotícies informa sobre Oriente Próximo. Jordi Argelaguet ya escribió algo al respecto.
Sinceramente, creo que existe en nuestra sociedad un antisemitismo latente y hasta inconsciente -en parte de Europa derivado del complejo de culpa del holocausto- que estalla a la mínima que encuentra fisuras razonables por donde colarse. En absoluto me refiero a un antisemitismo fascista, sino a la atávica incomprensión y al rechazo explícito de la progresía europea a un Estado judío. En el fondo el problema es que la mayoría de nuestros pensadores oficiales piensan lo mismo que la mayoría de palestinos: que los judíos no tendrían que estar en Tierra Santa. Esta idea fundamental está incrustada en la herencia que nos legó el pensamiento comunista, tanto que casi no se puede ser progresista sin ser acríticamente propalestino. La información es una arma en cualquier conflicto bélico, y así se usa en éste: todo lo palestino rezuma martirio y derecho, todo lo israelí rezuma culpa. En coherencia: cualquier judío es verdugo y cualquier palestino es víctima. El director de la película Shoa, Claude Lanzmann, al quejarse del 'grave desequilibrio informativo' ponía este ejemplo: 'Leí que un bebé colono había sido asesinado. ¡Un bebé colono! No es suficiente con ser judío, hay que cargarlo con el estigma de ser colono, ¡qué distorsión del pensamiento!'. En cierto sentido, para el pensamiento único, hasta el bebé es culpable...
Acabo, y lo hago con una apelación: que se termine la propaganda y empiece la información. Dividir el mundo entre buenos palestinos y malos israelíes no matiza de progresismo nuestro pensamiento colectivo. Sólo lo define como mucho más sectario. De alguna manera, en sus peores tentaciones dogmáticas, el comunismo aún colea...
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