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Columna
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Urbe mítica

Si Madrid no fuera una ciudad, si por ejemplo alguien comprara Madrid para dedicarla a otros fines, la capital podría convertirse sin muchos retoques en uno de esos parques temáticos que reproducen el pasado, glosan el mundo virtual del cine o la televisión y entretienen a la clientela de pago con sofisticadas y vertiginosas atracciones, ingenios en los que la tecnología más actual se pone al servicio de emociones tan básicas y primitivas como dejarse caer con el corazón en la boca por una empinada rampa, colgarse cabeza abajo sobre el vacío o agitarse frenéticamente hasta el aturdimiento que es antesala del éxtasis.

Para facilitar el acceso y el paso por taquilla de los usuarios en sus automóviles, los hipotéticos empresarios del parque temático madrileño, Urbe Mítica, instalarían en las entradas principales de la ciudad controles de peaje ante los que no habría que detenerse porque un sistema electrónico anotaría los números de matrícula y cargaría el importe en las cuentas bancarias correspondientes. Por supuesto, el contorno de la ciudad debería ser amurallado para impedir el paso a los intrusos; Madrid, Castillo Famoso, tendría por fin una muralla almenada en condiciones, elaborada con materiales sintéticos simulando piedra.

Los visitantes del parque recorrerían sus instalaciones en automóvil, con las ventanillas subidas y los seguros bajados al pasar por determinadas zonas señaladas en los planos gratuitos como peligrosas.

Desde sus cubículos rodantes y climatizados los visitantes verían en acción en la Castellana a los mejores especialistas del mundo en el robo de semáforo y asistirían en cada rotonda, glorieta o encrucijada a exhibiciones de carcrashing, colisiones automovilísticas efectuadas por auténticos profesionales. Con un poco de suerte podrían toparse en cualquier esquina con una apasionante pelea a puñetazos por una plaza de aparcamiento. Aunque, por supuesto, la atracción estrella sería la Gran Gymkhana, la mayor carrera de obstáculos del mundo, más salvaje que el París-Dakar, plagada de trampas, zanjas, hoyos, vallas, socavones y bolardos.

El viaje al centro de la tierra a bordo de una tuneladora insaciable, el tren del terror o el tubo de la risa, dos atracciones en una sin salir del Metro, la visita nocturna a Chinatown, el barrio chino abierto 24 horas, a la reserva india, al zoco moruno y al campamento gitano, el macrobotellón nocturno en el Retiro para no molestar a los vecinos y, para los amantes de emociones fuertes y morbosas, un tour nocturno por la Casa de Campo, galería, escaparate, exhibición multicultural de los aspectos más sórdidos de la prostitución.

Como ciudad, Madrid es un asco y un fiasco, pero como parque temático tiene asegurado el éxito. En Madrid caben la fantasmal Gotham City natal de Batman y la cavernícola, pero dotada de todas las comodidades modernas, aldea tribal de los Picapiedra con sus troncomóviles, y los coches de choque del Pato Lucas, la casa de Bugs Bunny y la jaula de Piolín.

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Por supuesto, los residentes en Madrid, figurantes forzosos y comparsas a su pesar, serían recompensados con el acceso gratuito a la mayor parte de las atracciones y podrían optar a los miles de puestos de trabajo que generaría esta moderna industria del entretenimiento, acróbatas, guardias de seguridad, payasos, vendedores de helados, perritos o recuerdos, gorritos y camisetas, taquilleros y artistas sufridos y anónimos que pasarían su jornada laboral embutidos en simpáticos animales de peluche, perros, gatos, ardillas o conejos antropomórficos.

Este parque urbano, esta ciudad virtual debería contar con un regidor, rey o regente no menos virtual, un personaje encarnado por una persona de carne y hueso, un cargo emblemático y vitalicio cuyas obligaciones principales serían cortar cintas, poner primeras piedras, inaugurar atracciones y recibir en audiencia todos los domingos y fiestas de guardar a los forasteros desde el balcón principal de la Casa de la Villa, entre sus maceros y sus maderos, sus concejales y sus senescales.

Si hay alguien que merezca ese honor es sin duda nuestro actual alcalde, visionario artífice de sus mejores atracciones.

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