Dictar a los dictadores
Robert Mugabe está destruyendo Zimbabue sin ayuda de nadie. Al igual que otros tiranos, parece estar dispuesto a hacer lo que sea para alargar su régimen, que perdura 22 años.
La tiranía es una de las historias más viejas en la política. Pero en un mundo interconectado, ¿no podría la comunidad internacional frenar a los tiranos para garantizar un entorno global más estable? Como es lógico, ningún país está dispuesto a ceder su soberanía política a una potencia extranjera o a los supervisores de los procesos electorales. Y, sin embargo, los costes de la tiranía se extienden por el resto del mundo en forma de enfermedades incontroladas, oleadas de refugiados, violencia y delincuencia.
Una norma que podría ganarse la aprobación mundial sería un 'mandato máximo internacional' para los jefes de Gobierno
Existe la posibilidad de que los vecinos de un país ayuden, porque los vecinos son los más afectados directamente cuando la inestabilidad se extiende más allá de las fronteras. Pero, por lo general, a los vecinos les da miedo desafiar a uno de los suyos. Hasta la fecha, la Comunidad para el Desarrollo de Suráfrica (SADC) ha consentido los abusos de Mugabe. Este silencio debilita las instituciones de la SADC y hace que el presidente de Suráfrica, Thabo Mbeki, no resulte tan querido.
Las sanciones son otro posible planteamiento, pero suelen ser torpes, costosas e ineficaces. No bastan para poner coto a los abusos y hacen que se corra el riesgo de hundir más a una economía y perjudicar a millones de personas inocentes, sobre todo en los periodos de hambrunas y sequías intensas.
La entrada en vigor de unas normas políticas generales acordadas por la comunidad internacional podría ser un método más eficaz.
Una norma que podría ganarse la aprobación mundial sería un 'mandato máximo internacional' para los jefes de Gobierno. Ningún individuo debería ejercer como jefe de un Gobierno (presidente, primer ministro o cargo equivalente) durante un periodo que exceda un número acordado de años. Las agencias internacionales como el Banco Mundial y el FMI interrumpirían automáticamente los préstamos a los países en los que el jefe de Gobierno sobrepasara ese límite.
Esta clase de límite existe en muchos países. En Estados Unidos, los presidentes pueden ejercer un máximo de dos mandatos. En otros países sólo hay un único mandato presidencial, por lo general de entre cinco y ocho años. El mundo podría acordar un tope menos severo, como por ejemplo un máximo de no más de 20 años.
Incluso los países no democráticos -China, por ejemplo- podrían aceptar algo así, porque afecta a los jefes de Gobierno, y no a un partido en el poder. China, consciente de que el cambio impide a los tiranos adquirir un poder excesivo, somete a rotación a sus ejecutivos, una lección que aprendió durante el largo y desastroso reinado de Mao. La alternancia en el poder reduce la corrupción, porque los tiranos necesitan años para construir sistemas de megacorrupción, en los que suelen estar implicados parientes y socios empresariales.
Un mandato máximo internacional podría impedir que una democracia libre conservara a un líder popular. Algunos líderes parlamentarios de las democracias occidentales se han acercado a ese tiempo máximo, como los 16 años de Helmut Kohl en Alemania. Pero, por lo general, los años finales de un régimen largo son los peores. Los últimos años de Kohl estuvieron marcados por la corrupción electoral.
Un mandato máximo internacional habría puesto a Zimbabue sobre aviso: la continuación del régimen de Mugabe después de 22 años habría significado el aislamiento internacional. Los rivales de Mugabe habrían ganado ventaja y se podría haber dado por hecho, dentro de Zimbabue y en el seno de la SADC, que Mugabe no debía presentarse otra vez.
Si miramos la lista de los jefes de Gobierno que han permanecido largo tiempo en el cargo en la segunda mitad del siglo XX -Stalin, Mao, Franco, Kim Il Sung y Ceaucescu-, la entrada en vigor de un mandato máximo internacional habría ahorrado al mundo muchas penas y desasosiegos. Una norma internacional clara que limite el tiempo de permanencia en el poder podría ahorrar al mundo futuras dictaduras y desestabilización.
Jeffrey Sachs es catedrático Galen L. Stone de Economía y director del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard. © Project Syndicate, 2002.
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