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LA CRÓNICA
Columna
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Al pie de la cima

No seré yo quien rompa el consenso de los expertos y comentaristas que han interpretado el regreso de Francisco Camps al ámbito territorial de la política valenciana como un tránsito y una suerte de investidura anticipada de lo que será el destino definitivo: la presidencia de la Generalitat. Su paso por la delegación de Gobierno en la Comunidad, para la que ha sido nombrado, sólo sería un pretexto para trabajarse la circunscripción autonómica haciendo bolos por pueblos y comarcas avivando adhesiones y ahormando un liderato que todavía está en ciernes. El análisis parece lógico y debo añadir que, entre los consultados, ningún personaje cualificado del PP indígena capitalino lo ha desmentido. Tan sólo uno de ellos, y no sin ironía, ha señalado como determinante de esta vuelta a casa la falta de sintonía del referido molt honorable in pectore con la presidenta del Congreso, Luisa Fernanda Rudi, tan mandona ella.

Queda dicho que, en teoría al menos, el joven Francisco Enrique Camps, no viene a pechar con los problemas gubernativos que están en candelero, la seguridad ciudadana y la inmigración, básicamente. En realidad, no va a tener tiempo de vestirse el mono de faena y, mucho menos, de poner los cinco sentidos en la tarea, pues la suya es otra y de más alto coturno. A este respecto, decimos del trabajo inconcluso o provisorio que se le pronostica, resulta ilustrativo el curriculum de tan brillante político. Con excepción de la concejalía de Valencia, entre 1991 y 1995, no ha rematado ninguna de las misiones para la que ha sido designado. Dejó un segundo mandato de la regiduría municipal para asumir la Consejería de Cultura, de la que saltó, dos años después, a la Secretaría de Estado de Organización Territorial y, poco después, a la vicepresidencia del Congreso, de la que viene ahora.

Diríase que, como predestinado a la alta magistratura, ha recibido la preparación itinerante, institucional y partidaria, de un dirigente de alcurnia que ha de conocer personalmente las covachuelas y proscenios del poder. Cierto es, y así conviene decirlo, que no ha dejado huella de su tránsito por ninguno de estos destinos sucesivos. Ni para bien, ni para mal, lo que no deja de ser una connotación positiva que sus valedores -digo de Camps- pueden valorar como un signo de suma discreción. Ni siquiera se tiene memoria de un desliz retórico, una ingeniosidad afilada o una idea singular que haya dado pie a un titular de prensa, lo que sin duda ha contribuido a consolidar su perfil de hombre prudente capaz de tocar muchas teclas sin la menor estridencia. Es muy posible que esta personalidad apacible y un tanto roma sea la compensación adecuada al activismo pasado de revoluciones que a menudo practica el presidente Zaplana.

A todo esto, el mentado padre político de la criatura no ha dicho esta boca es mía y se blinda tras sus silencios y gestos -como el que glosamos- interpretables cual oráculos. ¿Es éste su delfín? ¿Se producirá el relevo un año después de ganar Zaplana la tercera legislatura? ¿A quién han de votar sus electores, a él o a Camps, en el supuesto de que se confirme como sucesor? Es previsible que estas y otras conjeturas similares nos ocupen hasta setiembre, cuando se despejen las incógnitas en el congreso regional del partido. Tiene su lógica, pero también tiene visos de un oportunismo irrespetuoso con la Comunidad, convertida así en prenda de cambio o trampolín desde el que saltar a otras órbitas personales. Sospecho que el presidente no hubiera querido esta deducción perversa, pero ha terminado provocándola e involucrado en ella.

Y dos notas colaterales. Carmen Más, delegada del Gobierno hasta ahora, se aleja de la política como oficio. Ha pasado por el Temple, como antes pasó por la Consejería de Bienestar Social, proyectando la impresión de que tanto uno como otro cargo le venía grande. Es chocante el crédito que le otorgan en su partido comparado con la endeblez de su ejecutoria. Por otro lado, alguien filtró a los medios de comunicación el nombramiento del nuevo delegado, lo que no deja de ser una noticia de interés general de la que se procuró marginar a ciertos periódicos más o menos ingratos al Gobierno. Una memez que lesiona el derecho de los lectores, pero mucho más el talante democrático de quien lleva a cabo o ampara estas tropelías.

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