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Los laboristas ponen en aprietos a Blair ante su reunión con Bush

Tony Blair se enfrenta a un dilema en vísperas de la cumbre de guerra con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Invitado presidencial los próximos días 6 y 7 de abril, Blair llegará al rancho tejano de Crawford presionado por el descontento de la izquierda de su partido. Lo que tenía que haber sido un encuentro informal y triunfal entre dos amigos se ha convertido en un delicado ejercicio de diplomacia para el primer ministro británico.

Blair seguirá estando hombro con hombro junto al amigo americano y respaldará el mensaje de que Sadam Husein representa un peligro para Occidente. Pero al mismo tiempo ha de hacer lo posible para que no se rompa la coalición internacional que ha apoyado hasta ahora la batalla contra el terrorismo y evitar que se agrande la fosa que empieza a abrirse entre Downing Street y un tercio de los diputados laboristas. No sólo por Irak. También por sus discrepancias en la crucial reforma de los servicios públicos.

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Blair ha llegado a las dos semanas de receso parlamentario de Semana Santa con la lengua fuera. Su Gobierno encadena una polémica detrás de otra y se ve incapaz de tomar la iniciativa política. La prensa, y en mucho menor medida una oposición conservadora que empieza a rehacerse tras varios años a la deriva, están marcando la agenda política desde enero.

Eventual ataque a Irak

En las próximas semanas, el eventual ataque a Irak y la estrategia del Gobierno ante la reforma de los servicios públicos corren el riesgo de aumentar las grietas que empañan la relación entre Tony Blair y la izquierda del partido. La izquierda laborista, que apenas protestó por las represalias contra Afganistán tras el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono, no entiende ahora la necesidad de atacar a Irak, y un tercio de los diputados del partido han firmado una moción en la que se declaran muy preocupados ante esa posibilidad.

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Empiezan a correr rumores de revuelta contra Blair en los bares y los salones de té de Westminster. Y aunque ninguna revuelta tiene posibilidad de prosperar, el sólo hecho de que se hable de ello es ya motivo de preocupación para Downing Street y una presión para obligarle a adoptar un papel más colegial, más acorde con el que siempre ha sido el que corresponde a quien es primer ministro, y no jefe del Gobierno o presidente del Consejo como en otros países.

Blair admitió su preocupación por las críticas internas en una crucial intervención el pasado martes ante la ejecutiva nacional del partido. 'Confiad en mí', les dijo a los dirigentes del partido pidiendo su apoyo a las reformas que defiende el Gobierno en materia de servicios públicos y que amenazan con convertirse en una sangrienta batalla entre el pragmatismo del Gobierno y la visión más tradicional de la izquierda laborista y de los sindicatos.

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