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Columna
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Babbitt

He aquí un tema para sociólogos. La adhesión de los valencianos a los valores materialistas (el rendimiento, la estabilidad, la competitividad, el individualismo emprendedor), con contrastes posmaterialistas (como la incomodidad ante la creciente impersonalidad de la vida cotidiana), junto con la escasa diferenciación identitaria (el valencianismo, en un sentido genérico), ¿no definen acaso el triunfo del conformismo? Tras la acumulación de progreso y desarrollo material en el último tercio del siglo XX, cuando la sociedad valenciana dejó de ser agraria y se convirtió en industrial, urbana y terciaria, cuando incluso la inmigración masiva de otras zonas de España perdió la conciencia de su desarraigo para convertirse en clase media sin mayores problemas de asimilación, ¿no se consolidó un imaginario de satisfecha mediocridad? Joan Fuster, hace ahora 40 años, escribió Nosaltres, els valencians y planteó un dilema político que apuntaba mucho más allá. El 'ni carn ni peix', la marginalidad permanente en el plano de la conciencia colectiva, la sensación de indefinición, superaban la cuestión nacional (o nacionalista), la perspectiva cultural. Ponían en pie una rebelión moral contra el apacible provincianismo de nuestro destino, pero... En los años veinte del siglo pasado, los Estados Unidos vivieron una era similar. Fue la época en la que 'en cada olla había un pollo y en cada garaje dos automóviles'. Un periodo conformista e intolerante hacia los detractores, los críticos, los disidentes. Sinclair Lewis lo relató en libros como Main Street o Babbitt. Este último dio lugar a un personaje emblemático del middle west (conservador, bienpensante, oportunista, dispuesto a ignorar los escándalos de la presidencia del republicano Harding...). ¿Cuántos Babbitt hay en nuestro entorno? ¿Cuántos en la Administración, en las organizaciones empresariales y cívicas? En uno de los pasajes de esa novela, hay una reunión de ciudadanos donde se plantea crear una orquesta sinfónica con esta justificación: 'La cultura ha llegado a ser hoy día un adorno y un anuncio tan necesario para una ciudad como la pavimentación de las calles o los balances bancarios'. ¿Les suena el argumento?

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