Cañonazos
Hay en el cielo único un ojo que todo lo ve, nutrido por modernos satélites que vigilan las manifestaciones del noble arte de la navegación: aquí un yate de campanillas con elegantes parejas que toman martinis en cubierta, más allá un crucero del amor cargado de rentistas jubilados, por ahí asoma un héroe que da la vuelta al mundo en moto náutica. Qué hermoso, sí, el arte de navegar.
Pero nuestro ojo no espía por amor al arte, no ejerce románticamente su oficio de mirón: es un ojo policial. Así, la comunicación por satélite ha servido para avistar cargueros que transportan ese 'tráfico humano sin horizontes' (en poética definición del editorial de ayer de este periódico), listos para arrojar a las costas de Europa su vómito de desheredados de otras orillas.
Muuu, muuu, sirenas, alarma, atención: buque con inmigrantes a la vista. ¿Qué hacer? Bossi, un tímido, propone hundir los barcos a cañonazos, después de sacar a sus ocupantes, que serán reexpedidos al lugar de origen con matasellos de urgencia. Otros piensan, aunque no lo dicen, que el cañoneo debería abarcar el lote completo: hasta la templada Holanda aúpa a un político que predica la expulsión de los musulmanes. Por no hablar de Le Pen o Haider, ya clásicos.
Estamos ante lo que Joseph Conrad, en su magnífico artículo de 1912 titulado Algunas reflexiones sobre la pérdida del `Titanic´, definió como la regla de oro de lo que amargamente llamaba la Nueva Náutica: 'Cuando tenga dudas, trate de llevarse por delante el obstáculo, sea lo que sea'. Por supuesto que hablaba del Titanic y de su comportamiento frente al iceberg que se interpuso en su camino. Pero, ¿acaso nuestro boyante mundo insignia no es una suerte de trasatlántico de lujo que se empeña en borrar la realidad embistiendo lo que sólo es su punta visible?
Cañonazos de ayuda a los países pobres, ésa debería ser la solución al problema de fondo, precisamente ahora, en la cumbre de Monterrey, cuya falta de operatividad podremos apreciar con estos nuestros ojos y los del satélite. Porque, como también dijo Conrad (y seguía refiriéndose a la navegación, pero ¡se parece tanto a la vida!), 'esas cosas tan grandes requieren una manipulación muy delicada'.
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