PP y PSPV de espaldas
Aun en los trances políticos o bélicos más agudos, las partes enfrentadas procuran y suelen conservar algunos puentes de comunicación que resisten a pesar del fragor de la retórica y de las maldades que respectivamente se inflijan. Son mediaciones que, no obstante su carácter reservado e insospechado, acaban conociéndose con el tiempo y que explican a posteriori el sesgo inesperado de ciertos acontecimientos que parecían abocados fatalmente al punto irreversible. Sea por un adarme de civilización o por mero cálculo, no hay dirigente político que desdeñe estas veredas que constituyen el meollo todavía aprovechable de la diplomacia.
Hablamos en términos generales, intemporales y hasta universales. Pero ocurre que también aquí, en el seno de esta Comunidad, tanto por su tamaño como por la esperada o deseable madurez cívica de sus dirigentes, son necesarios los aludidos puentes entre las fuerzas políticas dominantes. Y hoy por hoy no existen porque han sido dinamitados. No hay que ser un fino observador de la vida pública para constatar que el diálogo entre el PP gobernante y el PSPV siempre fue difícil, por aristado y bronco, cuando no era simplemente nulo, como ahora. Los socialistas alegan que su adversario es arrogante, y eso en el supuesto más amable, pues hay que oírles las delicadezas que les imputan desde los escaños de las Cortes autonómicas. Y los populares, quizá un tanto infatuados, vienen pretextando -no sin razón en ocasiones- que nunca han tenido un interlocutor sólido.
De este modo, sumariamente descrito, hemos llegado al desencuentro con visos de no retorno ni enmienda. Con la agravante de que tampoco se percibe interés alguno en buscar los vicarios discretos que allanen el camino para que Gobierno y oposición vuelvan a pegar la hebra en términos cívicos, lo que no está reñido con la discrepancia, aunque sí con el dicterio. La voladura de los puentes, además, viene abonada por la relación de fuerzas, pues las mayorías absolutas son poco propicias a darle cuartel al antagonista. Aquí y en La Moncloa, donde el presidente José María Aznar no se digna a cambiar dos palabras con José Luis Rodríguez Zapatero, por más que éste le inste la merced, que no es ni habría de ser tal.
A los anotados, podríamos añadir otros motivos de esta honda fisura entre PP y PSPV. Motivos que van desde el talante tan dispar de los principales agonistas, Eduardo Zaplana y el líder socialista Joan Ignasi Pla, lo que podría ser una incomodidad personal, pero o no un obstáculo; las maldades intercambiadas, sin excluir las de grueso calibre, por los picos de oro parlamentarios de unos y otros, llámense Alejandro Font de Mora o Andrés Perelló, y también el mal uso mediático que con frecuencia ha hecho una de las partes de las conversaciones sostenidas para ser confidenciales. Razones o pretextos de mayor o menor calado que han decantado el divorcio pueril e impolítico que glosamos.
Lo innegable es que esta ruptura de relaciones y ausencia de mediaciones no es conveniente para el buen gobierno de la autonomía, refleja una penosa imagen del juego democrático y frustra la solución de problemas que nos conciernen a todos y no sólo a los tácticos partidarios. No es hora de escudriñar quién rompió pajas, sino de sentarse y hablar como adultos, aunque haya que tragarse algún que otro sapo.
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