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VISTO / OÍDO
Columna
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Adulterio

Es una palabra que debía desaparecer de las relaciones humanas. Ahora se está acompañando todos los días por 'lapidación', para que tenga mayor fuerza. En realidad, poco importa la lapidación, la horca o el alfanje para la persona asesinada; pero no es lo mismo para la moral pública. La lapidación la hace un verdugo colectivo. El pueblo. Hasta los niños: las autoridades islámicas les piden que tiren piedras pequeñitas, no sé si para no ser asesinos o para que el sufrimiento de las heridas menores se prolongue.

Supongo que es para esto: no tengo ninguna esperanza en que haya un punto de bondad. Nunca creí que la parábola de la primera piedra fuese verdad: sí que la hubiera pronunciado el Nazareno, pero no que le hubiera hecho caso nadie. Algunos estudiosos deducen de ella que los Evangelios estuvieron escritos por mujeres, y tal vez por una sola. Podría ser. En España el número de mujeres asesinadas o agredidas gravemente por adúlteras -o por sospecha- no desciende. Supongo que también hay maridos adúlteros asesinados, aunque con alguna discreción. Lo que ha cambiado esencialmente es su condición de delito público. Hasta hace muy pocos años formaba parte de las atenuantes en caso de uxoricidio, y a veces era una eximente, dependiendo de las circunstancias. El tratamiento al marido era más benigno, pero podía tener hasta siete años de cárcel. La supuesta benignidad tenía como razón que si se encerraba al marido, la familia no comía; y esto se aplicaba hasta en los incestos, que no se solían denunciar. Lo único que parece existir realmente es un compromiso entre dos personas -ni siquiera necesariamente de distinto sexo- de no tener relaciones carnales más que la una con la otra.

El problema del incumplimiento es algo que atañe sólo a esas dos personas y al contrato que puedan tener: y aun lo que, derivado de ello, pueda perjudicar a terceras personas. En todo caso, parece un poco monstruosa la exclusiva carnal: pero es una costumbre mundial, lo mismo que lo es transgredirla: sin esas transgresiones, las cuatro quintas partes de la literatura no existirían. Quizá fuera otro beneficio. Desde nuestra altura de apuñaladores, estoqueadores de mujeres y sus cómplices, desde nuestra capacidad de encerrar mujeres en un convento -una ha saltado por la ventana para escapar hace unos días- tenemos razones para sentirnos lapidadores de Safiya.

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