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Columna
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Fortaleza

El título de esta columna hace alusión a la ciudad brasileña en la que acaba de concluir la Asamblea Anual del BID y no, desafortunadamente, al blindaje macroeconómico con el que Latinoamérica cuenta para hacer frente a los vaivenes de la economía internacional. De hecho, el ambiente en los pasillos de la asamblea era polarmente distinto al optimismo que se respiraba dos años atrás en París, cuando la sombra siniestra de la crisis asiática parecía haber quedado atrás, y la región se aprestaba a aprovechar la recuperación de la primera crisis de los países emergentes que no había contribuido a desatar.

La trágica situación de Argentina y el inevitable protagonismo de sus autoridades económicas en los actos de la reunión no son precisamente el camino más corto al optimismo, sobre todo cuando la respuesta institucional a sus dramáticos pedidos de ayuda externa se limita a declaraciones que les animan a 'seguir en el buen camino y coronar la elaboración de un programa sostenible'. No es extraño que los ministros y gobernadores latinoamericanos reunidos en Brasil hayan concluido que se acabaron los tiempos de Larry Summer, Stanley Fisher y del munificente FMI de los grandes paquetes de salvamento. Ahora, el show está en las manos de Paul O'Neill, Anne Krueger y de Kholer, lo que marca una gran diferencia. Los errores y excesos del pasado y, sobre todo, las facturas que han tenido que pagar los contribuyentes de los países desarrollados han puesto punto final a la anterior etapa, y las tesis del 'que cada uno aguante su vela y pague por sus errores' gana posiciones.

Entre 1998 y 2001, tres de cada cuatro dólares recibidos en Latinoamérica provienen de inversión directa; el dólar restante, de ahorradores y del FMI

Al otro lado de la trinchera están los que igualmente han concluido que la etapa neoliberal también ha terminado, y que la región está nuevamente a las puertas de darse uno de los homenajes populistas, inflacionarios y proteccionistas que con inusual eficacia arrasaron la región en las décadas de los setenta y ochenta. El desplome de popularidad sufrido por los candidatos que, como Alejandro Toledo en Perú, han sido incapaces de cumplir las expectativas de prosperidad creadas en las campañas electorales, las bajas tasas de crecimiento en los últimos tres años y el deterioro del patrón de distribución de la renta y de la riqueza son razones aparentemente poderosas que justificarían el desencanto con el modelo que recientemente denunciaba, entre otros, The Economist.

Paradójicamente, el discurso mantenido en Fortaleza por las autoridades latinoamericanas es exactamente el contrario: todos los allí reunidos, desde Toledo a Cardoso, pasando por las autoridades de Colombia, Ecuador, México o Chile, y concluyendo por los dirigentes del BID, han mantenido -con las cautelas de rigor, y las oportunas denuncias a los titubeos del FMI en el caso argentino- que 'el retorno' a los vicios del pasado sería una irresponsabilidad que no está en sus planes políticos.

Un mensaje que tiene más visos de verosimilitud que lo que probablemente se admite. En el periodo 1998-2001, tres de cada cuatro dólares recibidos por los países latinoamericanos han provenido de flujos de inversión directa, y el restante dólar lo han 'contribuido' los ahorradores en bonos y el FMI. Las necesidades de ahorro externo de la región son -y continuarán siendo por muchos años- elevadas: en el entorno de los 60.000 millones de dólares anuales, adicionales a la renovación de los vencimientos de su deuda externa. No es una cantidad despreciable: supone el 4% del PIB agregado de la región. Los nuevos aires que corren por el FMI, la escasa tolerancia al riesgo que desde hace años exhiben los mercados internacionales de capitales y la rigurosa lógica económica con la que se adoptan las decisiones de inversión en todos los países emergentes hacen que la apuesta de tentar al diablo y quebrar las reglas de juego sea tremendamente arriesgada, y, en el mejor de los casos, de una baja y efímera rentabilidad como bien demuestra la historia económica y política de la región.

Tentaciones -sobre todo entre quienes no tienen que tomar la decisión de romper la baraja- siempre pueden existir, e incluso puede que algún otro país siga el ejemplar suicidio argentino, pero, oyendo a los políticos regionales, el mensaje de Fortaleza es claro: dejen de preocuparse por lo que no vamos a hacer y comiencen de nuevo a invertir.

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