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Columna
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La vida cíclica

El lunes logré acostarme sin saber a ciencia cierta cuál de los tres finalistas de Operación Triunfo iba a representar a España en el Festival de Eurovisión. Era consciente del milagro, el milagro de una ignorancia que no iba a durar mucho tiempo. En efecto, por la mañana, la terca realidad se impuso a cualquier medida de autodefensa: había ganado Rosa, la gordita de prodigiosa voz. Lo decían los periódicos. Incluso el barman del sitio donde desayuno no dejaba de tararear, impetuosamente, 'Europe's living a celebratiooooon!!!'.

El éxito televisivo de la temporada nos va a retrotraer a nuestra infancia, o al menos a lo más profundo de la misma: el festival de Eurovisión. Sí, vuelve el festival de Eurovisión, después de tantos años de languideciente exilio en las catacumbas televisivas. Volverá la familia a congregarse ante la tele, mientras se suceden las canciones, las votaciones, y un multitudinario fervor patriótico alentará a la encorajinada voz que defiende en Europa la honra de todas las Españas. Vuelve, todo vuelve. La idea de un mundo en progreso ha sido un espejismo. La idea de que todo pretende mejorar es una burda engañifa. Muy al contrario, el mundo es cíclico, como lo era en la Edad Media. No, no hay progreso moral ninguno. La vida, la tele, España, son cíclicas.

Vuelve Eurovisión como en los años sesenta. Vuelve José Luis Uribarri, a quien imaginábamos enterrado en el departamento de objetos perdidos de la televisión pública. Vuelve la sencillez de la tonadillera, la española que cuando besa es que besa de verdad, la morena bien plantá (está plantá hasta las cachas), y que ahora cante en inglés es tan sólo una anécdota. Da idea de hasta qué punto hemos asumido nuestro estatus de colonia, una especie de enorme Gibraltar donde los niños se llaman Johnatan o Kevin y se apellidan García.

Vuelve la aburrida tele de los sábados, con películas de Paco Valderrama y de Joselito, películas de Marisol y de Paco Martínez Soria. El impetuoso ascenso de la prensa del corazón ha dado nueva vida a antiguos dinosaurios. Vuelven Marujita Díaz, Salomé, Carmen Sevilla, Concha Velasco. Vuelve la España de siempre. Vuelve la tele de los años sesenta. Y si es cierto que todos han envejecido, parecen beneficiarios de la inmortalidad de las momias conservadas, de esa ficticia eternidad de faraón embalsamado.

Por volver vuelve hasta la España más profunda: la casa de Alba recibiendo, siglo tras siglo, la rendida admiración del pueblo llano; su ligereza populista, que les lleva a bailar sevillanas y a emparentar con toreros. Vuelve, todo vuelve. Por volver, ha vuelto hasta la más rancia progresía, como si el país se resistiera, incluso en eso, a grandes novedades. El otro día experimentamos el mal trago de ver por la tele una teta de Massiel, acaso la misma que portaba, hace ya tantos años, cuando yo aún era un mocoso y ella cantaba Lalalá.

La vuelta alcanza al universo político, ese universo que dirige con puño de piedra el Partido Popular, y en el que cualquier crítica desencadena la acusación de proetarra o de anarquista. Por volver ha vuelto Pío Cabanillas, uno de los pilares del Antiguo Régimen, y se augura también la vuelta de Adolfo Suárez, en su segunda reencarnación. Recuerden: Ruiz Gallardón nunca se fue.

Todo vuelve, vuelve con el mismo aire empalagoso, o quizás con mayor empalago, habida cuenta de los años transcurridos. En mis delirios nocturnos me asaltan pesadillas en que la vuelta alcanza la noche de los tiempos. Sueño que pongo la televisión y vuelven Estrellita Castro, el Pescaílla, la Piquer, la Pasionaria, el ínclito Caudillo, las concentraciones del Movimiento; canta Antonio Molina y Pablito Calvo muestra otra vez sus ojos inconsolables, redondos como platos. Vuelve incluso Alfonso XIII, o vuelve el padre del Primo de Rivera.

El paso del tiempo sólo ha servido para ahondar en la primigenia vulgaridad, para hacerla aún más visible. Massiel revive y enseña una teta, y la eterna, atávica tonadillera de España, acude a Eurovisión y canta ahora en inglés. Todo vuelve a lo de siempre. Y lo poco que cambia (los años de la teta, la lengua de la patria) es a peor.

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