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Columna
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Fútbol y realidad

¿Un nuevo Barça-Madrid? ¿Un trauma existencial de fin de semana? Cerca de 12 millones de españoles (más de los que se aturden por un Congreso Eucarístico, un resultado de las elecciones políticas, una guerra sangrienta o una huelga general) seguirán el partido del sábado.

El deporte se ha instalado en nuestras vidas como una manera importante de existir y la demanda de competición en los campos se propaga con la misma voracidad que inspira hoy la demanda de realidad a través de los documentales, los reality shows, las novelas reportaje, el periodismo directo, las televisiones de Operación Triunfo y Gran Hermano. Contra las falacias de las mediaciones, las malas novelas y las manipulaciones informativas, el público exige verdad.

La verdad o la realidad son al consumo cultural lo que la comida orgánica al consumo gastronómico. Con una particularidad: la realidad dura y cruda de lo social se convierte siempre, a través de los medios, en materia más blanda y digestiva después. Por ejemplo, en el fútbol, lo grave o gravísimo de un fallo del portero, la angustia de los penalties, la decepción de un resultado adverso, queda reducido a simple recreo un momento después. Incluso el partido del siglo se recuerda como una anecdótica merienda en el fondo del week end.

Lo que no quiere decir, sin embargo, que en los estadios no se desarrolle un auténtico drama. Un partido de fútbol es radicalmente diferente a una pieza de teatro o a un telefilme, que son productos de artificio, prefabricados con una trama para lograr ciertos efectos calculados. El partido de fútbol no posee nada de todo esto. Se trata de un hecho vivo y real, imprevisible, sujeto al azar, generándose en directo, sin los atrezzos de una obra predeterminada. El partido es suceso puro. Puede pasar de todo y por lo tanto nunca ha pasado. Se gesta del mismo modo que lo real y simultáneamente a la vida. De ese modo adquiere su eficacia emocional y la convicción perfecta. Es tan real como lo más real, independientemente de que pueda sentirse (más tarde) como trivial. Gracias al fútbol la vida sin dejar de ser real, pasa de ser definitivamente trágica a ser entretenida, de ser grave a ser festiva. Con esta acción especial del deporte va tejiéndose un patrimonio de experiencias donde nada es incorregiblemente desdichado o mortal. Porque de la misma manera que la muerte se ha traducido en vejez, el paso del tiempo en moda y la historia en periodismo, la realidad, gracias al fútbol, halla su correlato en la ficción.

El capitalismo, que se ha triunfado en la producción de toda clase de bienes, se empeña ahora en la producción de realidad. Los parques temáticos, los centros comerciales, la vida en la pantalla, la economía del conocimiento, la desmaterialización de los artículos, la desaparición de las clases, la conversión del capitalismo en naturaleza, gestan una sociedad clonada de la anterior y sin sus molestas consecuencias. El sistema producía antes mercancías, pero ahora, sobre todo, sueños.

Los movimientos sociales y políticos de antaño han sido reemplazados por movimientos culturales, desde la defensa de los pájaros a los derechos de los sordos y los musulmanes. El mundo de las realidades se ha doblado en un espacio de ficción y el fútbol (el deporte de masas en general) es uno de esos pasadizos entre un espacio y otro.

En nuestro tiempo, por tanto, hay que considerar el fenómeno deportivo no sólo verticalmente, sino también horizontalmente, como una brisa, un aroma, un mensaje feliz. Una clave ambiental semejante a la música pop, las pasarelas de moda, las cotizaciones de bolsa, las rebajas de El Corte Inglés. Todo dentro del sistema general de las apariencias. Y no ya de las apariencias que Platón condenaba porque no eran más que copias de un modelo sino como ficciones realistas. Ficciones que igualan lo real en una nueva composición que traduce el mundo en un recinto más fácil de habitar, una pista de baile y no un valle de lágrimas. Un paraje, por fin, destinado a pasar el tiempo y no a perecer con él.

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