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Columna
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Seis meses después

Antonio Elorza

El programa de Tele 5 mostró nuevas imágenes del horror producido por el atentado contra las Torres Gemelas. Desde ese punto de vista, fue un útil recordatorio de lo que representan los crímenes contra la humanidad, tengan éstos lugar en Palestina, en Auschwitz, en Bosnia o en Nueva York. Ahora bien, no es nada seguro que el contenido del reportaje en su conjunto favoreciera entre una audiencia ya bastante despistada, según las encuestras que nos mostró, la mejor comprensión de un episodio que pone de manifiesto la estructura de conflictos más grave que vive el mundo desde los peores años de la guerra fría. La propia pregunta de si se estaba o no de acuerdo con los bombardeos sobre Afganistán era tramposa. ¿Quién va a estar de acuerdo con los bombardeos donde puede morir población civil? Seguro que si la pregunta hubiera sido menos sesgada, inquiriendo acerca de la pertinencia de intervenir en el país-refugio de Bin Laden, los resultados hubieran sido otros.

El reportaje ilustró también otro aspecto de la lectura del 11-S que va imponiéndose en España. En Estados Unidos sigue prevaleciendo un ensimismamiento que impide ver el coste para todos de la barbarie de Ariel Sharon sobre el pueblo palestino en los territorios que son propios de éste, así como el riesgo de lanzarse a nuevas cabalgadas guerreras sin fundamentación suficiente. Entre nosotros, parece predominar la política del avestruz. En todo el programa no se habló en momento alguno del sujeto de la acción que provocó los miles de muertos, al parecer víctimas de una catástrofe de responsabilidad anónima. Únicamente al final fue presentado un muchacho, español musulmán de Ceuta y hermano de uno de los enjaulados en Guantánamo, quien, lógicamente, habló del presunto terrorista como un buen chico. Pensemos en lo que la gente diría de un montaje similar después de un atentado de ETA.

La absurda ausencia responde a la confusión que está consolidándose en nuestro país al encarar lo ocurrido el 11-S, como si analizar el papel jugado por un sector del islam en la gestación y puesta en marcha del atentado fuera tanto como convertirse en promotor de la xenofobia antiárabe. Una vez más representan inmejorablemente esta amalgama los artículos de Gema Martín Muñoz, que tanto ha escrito en este medio año sin ahondar lo más mínimo -incluso para negarlo si es menester- en la conexión entre una forma de ortodoxia islamista y la legitimación del terrorismo. De eso, ni palabra, y lo peor es que además exige silencio. Pero también habría que mencionar los reportajes sobre la lapidación de las mujeres en el mundo que omiten del todo la responsabilidad de la vigencia de la sharia en los países donde ese horror se comete. El integrismo islámico existe, como, con otras características, existieron y existen los integrismos católico y judío, y en este caso constituye un factor decisivo para explicar lo ocurrido y lo que puede ocurrir si el caldo de cultivo fundamentalista no es eliminado.

Negar la evidencia, sin argumentación alguna, con datos erróneos desde el punto de vista estrictamente islámico en el tema del hiyab, e invocar la islamofobia para cerrar el debate es el peor servicio que puede prestarse a la conciencia democrática en España y a la propia causa de la integración de los musulmanes aquí residentes. Éstos son una cosa y las corrientes integristas proclives al terrorismo, también aquí presentes, son otra. Y hay que ahondar en el tema para que la opinión pública se sitúe con conocimiento de causa, evitando el peligroso movimiento en tijera que provoca esta ceguera voluntaria, con su mitología de un orden islámico donde la violencia no tiene lugar, mientras las actitudes visceralmente xenófobas campan a sus anchas ante la inexistencia de un debate clarificador. Así como en el pasado fue imprescindible analizar el nazismo alemán, sin que ello significara la menor animadversión hacia Alemania, hoy lo es conocer y difundir la deriva de un sector minoritario del islam hacia la yihad como terror, tanto para la población española como para los inmigrantes, justamente con el fin de deshacer los estereotipos y disipar un recelo que desde la ignorancia o desde los cuentos de hadas (las mil y una noches son cosa más seria) estaría justificado.

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