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Columna
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Malas compañías

Los próximos días 15 y 16 de marzo Barcelona será la sede de la cumbre de jefes de Estado y Gobierno de la Unión Europea. Presidida por un cada vez más guiñolesco Aznar (tanto que hasta sus acólitos otrora más circunspectos, como es el caso de Mayor Oreja, aparecen cada día más tocados por la infumable soberbia de su líder), los objetivos de la cumbre son tan viejos como la injusticia: dar un fuerte impulso a la liberalización de todo. En este caso, los próximos candidatos a ser liberalizados son la energía y el empleo. 'Me encantan las operaciones imposibles', declaró Aznar (¿o fue su guiñol?) el mes pasado al diario de Lisboa O Público, refiriéndose a las dificultades con las que, supuestamente, va a encontrarse en la reunión de Barcelona. Sí, decididamente, declaraciones como ésta son más propias de su guiñol: me imagino a Aznar posando a lo Tom Cruise en Misión imposible 3.

Es cierto que Francia y Alemania han anunciado su voluntad de limitar las ansias de esa nada santa trinidad liberalizadora formada por Aznar, Berlusconi y Blair. Pero hablamos de limitar, de una transacción contemporizadora que equilibre, en palabras del canciller Schröeder, la liberalización de los mercados y la responsabilidad social. Nada que comprometa demasiado. Dice el presidente de turno de la Unión Europea que le encantan las operaciones imposibles. ¿De verdad? Pues le propongo una hermosa aventura.

Para empezar, lleve como objetivo a la cumbre europea la aprobación de medidas de control democrático que impidan que la energía, un bien de primera necesidad cuya producción y gestión tiene consecuencias impresionantes sobre el bienestar presente y futuro de los ciudadanos, sea cada vez más terreno abonado para el desembarco de trapaceros sin escrúpulos y mercachifles de medio pelo que sólo aspiran a pelotazos como el de Enron. Y siga después con otro paquete de medidas contra la reducción del empleo a simple mercancía; medidas que primen la reconstrucción del contrato social sobre la cuenta de resultados y los beneficios en Bolsa; medidas que fomenten y defiendan el trabajo decente (recogiendo la reivindicación de la OIT, que ha dejado ya de hablar de 'pleno empleo' sin más matices) frente a toda esa galería de los horrores en que se está convirtiendo el mercado de trabajo, con contratos por horas y trabajitos que nada tienen que ver con la actividad necesaria para ganarse la vida; medidas, en fin, que combatan la flexplotación (gracias, Bourdieu) y recuperen el territorio del empleo para el universo de los derechos. Ejerza de líder político responsable y ponga esa pica en Flandes, a ver qué pasa. Lo otro, lo de la profundización en el liberticidio, perdón, en la liberalización, tiene muy poco de operación imposible. Más bien al contrario, no es otra cosa que abandonarse al gustirrinín que los ganadores del turbocapitalismo obtienen por entregarse sin rechistar a la mano que mece la cuna.

Y mientras prepara la cumbre, Aznar, su Gobierno y todos sus legionarios ideológicos se vuelcan en tratar de disuadir a quienes se aprestan a movilizarse en Barcelona para reclamar otra globalización alternativa a esta globalización depredadora (como la califica en su último libro el catedrático de Princeton Richard Falk). Además de cuestionar, en un alarde no sé si de soberbia o de ignorancia, si tienen claro por qué se manifiestan, Aznar ha preguntado a los manifestantes si se dan cuenta 'del paisaje posterior' a las manifestaciones y de 'a quién van a acompañar' en esas movilizaciones, en referencia a Batasuna. Resulta conmovedora tamaña preocupación por el paisaje en quien se dispone a abanderar una política económica neoliberal que ha agredido y agrede al medio ambiente siempre que el guión lo exige, es decir, siempre. En cuanto a las malas compañías... Mire usted, señor Aznar: así como es posible establecer diferencias entre quienes se enfrentan al globalismo, cada vez es más difícil hacerlo con quienes lo gestionan.

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