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Columna
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La mirada de Manguin

La retrospectiva de Henri Manguin (1874-1949) que se ofrece en la sala de la BBK (Bilbao, Gran Vía, 20), nos retrotrae hasta un fugaz momento de la historia del arte. Fue el breve tiempo que duró la aventura fauvista. O sea, de 1905 a 1907. Ahora bien, aunque en la retrospectiva se exhiban alrededor de una treintena de obras creadas a partir de 1890 y hasta 1949, son once de ellas las que entran en ese período de pintura fauve. Y de esas once no todas pueden calificarse como fauvistas, puesto que el bodegón de la acuarela sobre papel es todo menos pintura fauve, en tanto que el bodegón del puchero verde y el desnudo de la mujer del artista, Jeanne, con fondo de aloes, están impregnados en grado sumo por la poderosa influencia hegemónica de Cézanne.

Es verdad que emociona situarse frente a obras de un componente de aquellos artistas que expusieron en el Salón de Otoño en 1905, recinto denominado en aquel preciso instante como la 'jaula de las fieras'. Allí estaban los Camoin, Derain, Marquet, Giriend, Matisse, Puy, Vlaminck, Laprade y -según registro de la época- la señorita Jelka-Rosen. La historia nos cuenta cómo dos artistas anteriores a ellos fueron guías suyos. Se trata de Gauguin y Van Gogh. El primero les mostraba la necesidad de dotar a sus cuadros de sentido organizativo, les enseñaba el ordenamiento decorativo, la economía de medios, la autonomía y la síntesis. El segundo les alentaba hacia el lirismo colorístico y la expresión por medio de los colores puros, además de dar cabida exaltada a la intuición libre de los sentimientos.

De todos los fauvistas, tres fueron los máximos en importancia. Matisse -por encima de todos-, Derain y Vlaminck. A Manguin cabe insertarlo en un segundo plano, cercano y muy unido a Valtat y a Camoin, en especial, porque practicaban los tres una suerte de fauvismo amable y ligeramente suavón. Manguin, como Valtat, vivió al amparo de dificultades económicas. Perteneciente a una familia adinerada, fue el rico de los fauves.

Convendría no tomar al fauvismo como una escuela, sino más bien como un episodio. Con todo, desarrolló una enorme influencia sobre el expresionismo, tipificado por nombres como Beckmann, Munch, Ensor, Heckel, Bleyl, entre otros. Por otra parte, muchos de los artistas de gran renombre en años posteriores a 1911 pasaron en algunos momentos de sus vidas creativas por la experiencia del fauvismo. Baste citar unos pocos de altísimo lustre, tales como Braque, Kandinsky, Marc, Malevitch, Kirchner y Macke, por ejemplo.

Es a partir de 1907, una vez que la mayoría de los artistas fauves quedaron hartos de colores, cuando muchos de ellos entran por la ventana abierta que les deja Cézanne (1839-1906). Queda lejos aquella expresión de Vlaminck: 'Quiero más a Van Goh que a mi padre'.

Mas si volvemos a la exposición de Henri Manguin, notamos que una parte del deleite producido por algunos cuadros -muy en particular, el que nos produce el titulado Nu a l'aloes, Jeanne, y que arriba hemos señalado como desnudo de la mujer del artista, Jeanne, con fondo de aloes-, tiene mucho que ver con el recuerdo de los cuadros del propio Cézanne. Esa obra es una aproximación a aquello que el maestro de Aix-en-Provence postulaba y que le convirtió en el genuino y ejemplar iniciador de lo que con los años se ha dado en llamar arte moderno y/o contemporáneo.

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Cézanne habló del color de manera diferente de cuanto barbotaron los fauvistas, aseverando que cuando el color alcanza su riqueza, la forma alcanza su plenitud. Cézanne es mucho Cézanne. Por cierto, en la muestra se echa en falta la obra más emblemática y reproducida de cuantas realizara Henri Manguin. Me refiero al cuadro titulado, 14 de julio en Saint-Tropez, fechado en 1905.

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