La armadura vacía
Como si se tratara del cuento del Infante Don Juan Manuel, el del rey que andaba desnudo y nadie se atrevía a desvelárselo, o del relato de Italo Calvino en el que un caballero era en realidad una armadura vacía, anda estos días nuestro inefable alcalde enfrascado y afanado, una vez más, en el insólito y pintoresco debate de las Olimpiadas del 2012.
A estas alturas, a nadie medianamente informado se le ocultan las escasísimas posibilidades, por no decir ninguna, que Sevilla tiene de albergar unos Juegos Olímpicos en un horizonte temporal razonable. Ni siquiera Madrid aspira seriamente a conseguirlo en el 2012. Van a pasar muchos años hasta que España tenga otra oportunidad, tras Barcelona 92. Hay que afirmar, por tanto, que a lo que estamos asistiendo últimamente es a una polémica puramente virtual, a una discusión salida de la factoría Disney, fantasiosa e irreal.. Se trata de una quimera irrealizable.
Sevilla, además de muy noble, muy leal, tiene que ser olímpica, aunque sea de todo punto imposible
¿Por qué la persistencia entonces? ¿Por qué mantener una apuesta que no nos lleva a ningún sitio y que consume ingentes recursos? De momento, a los cerca de treinta mil de millones de pesetas que nos costará el dislate de la construcción del estadio olímpico hay que sumar los cientos de millones consumidos por la Oficina Olímpica en estos años. ¿Por qué abundar en esta carrera alucinada hacia ninguna parte? Imaginemos por un momento las inversiones que podríamos realizar en los barrios de Sevilla con treinta mil millones de pesetas, los centros de salud, los colegios, los centros deportivos...
Todo el mundo, en Europa o en la misma Sevilla en el marco de la discusión del nuevo PGOU o del Plan Estratégico, habla de centrarse en las oportunidades reales de la ciudad, en desarrollar sus auténticas potencialidades; todos los expertos urbanos aconsejan basar las políticas locales en la consecución de entornos más sostenibles y habitables antes de abrazar grandiosos proyectos o concebir ciclópeos retos (habitualmente más al servicio de la megalomanía de algún gobernante que al de la satisfacción de las necesidades ciudadanas). Es ya una tarea de orfebre construir todos los días una ciudad como ámbito de convivencia y desarrollo humano, y afrontar los problemas reales que cada día se presentan (desempleo, inseguridad, falta de vivienda, ruidos, problemas de tráfico...) como para tener que inventarnos necesidades inexistentes: Sevilla, además de muy noble, muy leal,... tiene que ser muy olímpica, cueste lo que cueste, y aunque ello sea de todo punto imposible.
Todo esto, que son las verdades del barquero y era generalmente sabido, es lo que debió mover al alcalde a buscar una salida al espinoso y costoso asunto de las olimpiadas imaginarias y, no atreviéndose simplemente a desistir en la carrera, intentó la maniobra de diluir las aspiraciones sevillanas en las del hermano mayor madrileño. La propuesta pareció contar en principio con éxito de crítica y público. Uníamos nuestro destino al que más posibilidades tenía y cuando éste fuera eliminado, como parece lo más probable, ya tendríamos oportunidad de actuar en consecuencia (abandonar por fin, sería lo más razonable). Partidos políticos, medios de comunicación, federaciones deportivas... respiraron aliviados y apoyaron las conversaciones Sevilla-Madrid.
Sin embargo, hete aquí que el auténtico autor del sueño / pesadilla olímpica, el concejal Rojas Marcos, líder del PA y socio de gobierno del PSOE, entra abruptamente en escena y, condenando con acritud el intento del alcalde, le conmina a perseverar en el heroico empeño de la candidatura Sevillana en solitario. Y, claro, aquí se acaba la historia, con la iglesia topamos. Como no podía ser menos, el alcalde tardó cinco minutos en desdecirse (vieja esa costumbre en don Alfredo) y le faltó tiempo para lanzarse de nuevo a vender la gloriosa carrera olímpica para nuestra ciudad, con menos éxito comercial que nunca, eso sí, y consciente ya la ciudadanía de que el rey estaba desnudo y que el caballero de la armadura no era más que una carcasa vacía.
La moraleja del cuento, no obstante, va más lejos. El gran drama de esta ciudad en los últimos diez años es que se encuentra rehén de un grupo minoritario, el PA, que ha convertido su interés partidista y particular, los caprichos de su líder, en el fin de todas las políticas públicas municipales y, a veces, autonómicas. Y, ahora, su mejor aliado es la debilidad olímpica del alcalde.
Luis Pizarro es portavoz de IU en el Ayuntamiento de Sevilla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.